martes, 5 de marzo de 2019

La guerra de las flores "Sueños"

 
 
 
La guerra de las flores
 
"Sueños"

José se puso a leer el periódico; pero pese a la  gran noticia del día,  que el Real Madrid, había vuelto a ganar la liga española,al poco prevaleció la fatiga y le venció el sopor, tan oportuno para los ensueños e incoherencias de la imaginación, quedando profundamente dormido…
—¿A dónde nos dirigimos ahora Juan?
—A controlar a las margaritas  y amapolas José, pues éstas, están tocando sus tambores  de guerra  para enfrentarse contra  las ortigas, alegando que les están invadiendo sus territorios ancestrales. De modo que  si no somos capaces de apaciguar sus ánimos, pronto se desatará una batalla campal, entre las flores adventicias, y las malas hierbas. De modo que si eso ocurriese, al final, no quedará en los prados ni una flor con un sólo pétalo con vida. ¡Pues menuda mala leche tienen las ortigas cuando las importunas!
—¡Qué si la tienen…! Según dicen sus pelos urticantes descienden de los negros aguijones de las avispas y escorpiones, que en sus alrededores moran—aclaró Juan.
—Pero qué sepas, — añadió Juan, —que de todo esto, según me dijo el otro día un diente de león,   que quienes tienen la culpa son los girasoles, por negarse a mirar al sol.


 Se creen tan altos, tan guapos y tan fuertes, que se creen ser autosuficientes, y claro, el sol vengativo, se ha negado a proyectar sus dorados rayos en la pradera. De ahí la proliferación inusual de plantas que generalmente medraban al amparo y refugio de  los rincones umbríos.
__Es que yo encima produzco pipas, —dicen los engreídos girasoles, por lo cual les parece ser flores superiores—me  argumentó el diente de león.
—Entonces Juan, ¿no crees que lo mejor sería el ir a hablar con sus líderes, para intentar convencerles de que al menos por un tiempo se traguen su orgullo? Es que si  no hacen más que escupir al cielo, mucho me temo que, al final, acabarán por recibir en sus cabezas, los espumajos que antes sacaron por la boca.
—Mira Juan, — indicó José. — Allá en la ladera del poniente precisamente hay un campo tapizado  de ellos.
—Arrea al caballo José, hay que darnos prisa antes de que el sol llegue a su hora crepuscular.
—¿Cuál de ellos será el jefe Juan?
—Por su porte, yo diría José que es  el que está situado en la zona central. Aquel alto y rubio que le saca la cabeza a los demás en señal de dominación.
 
—¡Abran paso…! ¡Abran paso!—decía Juan.  Mientras un batallón de lánguidos girasoles miraban para abajo, como si su cabeza, tuviesen tortícolis, y  el dolor les impidiera erguirla nuevamente.
Al llegar a un altozano, allí se encontraba el que supusieron sería el jefe, el cual, se les quedó mirando con la cabeza un tanto ladeada,  como si le molestara recibir los oblicuos y azafranados rayos del crepúsculo, y un tanto dubitativo preguntó:
— ¿Quiénes son ustedes señores?, ¿Qué vienen a hacer aquí, cuando ya todos nos estábamos preparando para abrazar al sueño conciliador?
—Buenas tardes tenga usted hermosa flor— dijo Juan —. Somos los emisarios de la praderas, y venimos para informarle de las quejas que hemos recibido por parte de ustedes los girasoles.
—¿Qué quejas han recibido de nosotros?, dado  que sepamos, no hacemos nada adrede que pueda perjudicar a nadie.
—Pues que debido a la actitud que ustedes están demostrando últimamente, incluso están equivocando a las estaciones. Y ahora le recuerdo que estamos en primavera, la estación sagrada por excelencia, la de la alegría, la de la juventud, la de la belleza, la del amor, la de los días radiantes y húmedos y cuyos amaneceres deberían suponer la aparición de las perlas en el rocío de las flores. Pero en cuenta de todo eso, ahora no encontramos más que  flores en pie de guerra, tristeza, hambre,  desolación… —Dijo Juan.
—¿Y qué tenemos nosotros que ver en todo ello?
—Pues que últimamente, ustedes se creen dioses, y se niegan a acepar a los benéficos rayos del sol; por eso se ha enfadado,  y ahora   va durante el día custodiado por un   manto de tinieblas y oscuridad, por tanto  todo es tristeza, y ya se  sabe, que la tristeza acaba siempre  por sumergirse en los profundos abismos donde reina la inquietud— Añadió José.
— Me parece que a ustedes les han informado mal, pues la verdadera causa, no es que nosotros no queramos mirar al sol, que sí queremos. Sino que la culpa de que el sol no quiera beneficiarnos con sus rayos es porque desde hace décadas,  los humanos están absorbiendo a la naturaleza  con las enormes fauces de su apetito voraz. Están talando las últimas junglas, y quemando toda materia fósil que a través de millones de años se encargó la naturaleza de  ocultar. Y mientras los científicos, se devanan la mente investigando a ver si puede existir vida en otros planetas en un  cosmos infinito, se olvidan o menos precian lo que aquí tienen. Pero lo fácil es echar la culpa a otros, despojándose de toda responsabilidad.
Entonces, — preguntó José. — ¿a dónde deberíamos dirigirnos para que estos conflictos entre especies lleguen a un final feliz?
—No es a una persona concreta a quien debéis pedir cuentas, sino a la conciencia del todo el conjunto. Luego la batalla deberéis librarla con sus conciencias.
—Oye Juan, ¿sabes tú  qué es la conciencia? Porque sin verle la cara a nuestro enemigo, creo que será muy difícil poderlo vencer.
—Yo diría  que la conciencia debe de estar ligada con la religión que se profesa—dijo Juan.
— ¡Pero religiones en el mundo  hay la tira…! —  exclamó José. —Además, aunque muchos menos, también estamos los que no procesamos ninguna de ellas, y por lo que dice el líder de los girasoles, algo de culpa también tendremos, aunque sea sin conciencia.
—Creo  José, que la conciencia no se puede medir ni pesar,  debe  ser algo que  llevamos en lo más profundo del alma, y a veces aflora haciendo el bien, y otras, aunque sin pretenderlo,  obrando el mal.
— ¡Buah...!,  suspiró José—. Pues si  la conciencia no se puede medir ni pesar, mucho me temo mi buen amigo Juan,  que vamos a ir cerrando el círculo, y al final, llegaremos a la conclusión   de que  todas las calamidades que acontecen en el mundo son por culpa de las flores.
—Bueno, al menos ya sabemos José quien es el culpable, la conciencia, por tanto, vamos a darnos una vuelta por la pradera, y a aquellas flores que estén más tristes, les diremos para consolarlas, que  ya hemos  localizado al culpable, que no es otro que la conciencia.
—Venga, marchemos hacia la pradera  José.
—¡Arre!  ¡Arre caballo!
 
Poco antes de llegar a la pradera, tanto José como Juan,  quedaron boquiabiertos al comprobar que un millar de amapolas de pétalos escarlatas estaban cantando una canción. Primero, pensaron que se trataba de  una de esas canciones previas al combate; pero al llegar, más bien les pareció una canción convertida en oración…”

“Con fuerza arrolladora los vientos surgirán,
las tenebrosas nubes los cielos cubrirán,
y de su oscuro manto torrentes caerán
convirtiendo la tierra en otro mar.
Y luego, más tarde, la esponja del sol
secará los valles con su resplandor,
brotarán las flores con vivo fulgor
y entonces la tierra, tendrá otro color.
Estamos esperando, estamos esperando,
 a dos  hombres que vendrán galopando.
El viento pasa, las sombras quedan,
Las flores  nacen para morir
más sus cenizas no son de plata
y sólo crecen para sufrir.
Todo corre veloz, el tiempo vuela.
¿Dónde estarán los hombres con  ilusión?
¿Dónde sus pasos lentos, donde estarán sus huellas?
¿En dónde sus consejos, en donde su valor?
Sembradas tienen trampas por los caminos,
alambradas de espinos, hoyos de traición.
Pero vendrán con prisa a ofrecer sus bondades,
a darnos la alegría que el viento arrebató.
Detrás de las montañas nuevos valles surgirán.
detrás de los desastres habrá paz,
y llenas  de alegría sabremos complacer
a esos hombres que sólo hacen el bien.
Estamos esperando, estamos esperando,
a  dos hombres que vendrán… galopando…

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