Con
iriscencias de oro en los cabello de rodillas surco la tierra, con los últimos
copos del escarnio que arrastra el viento por la triunfante alambrada.
No
me privo del placer futuro de ver olivares azules donde vaga la imagen
del
vaporoso aliento de los pájaros.
En
mi lacerante crepúsculo, las mágicas humillaciones son cual volcanes sin leyes,
pezones de lirios escarlatas arrugados por la toga de la muerte.
En
el lejano páramo donde millares de caballos se apacientan con semillas
celestes, unen sus relinchos para formar una oda al sol.
Una
ola de cigarras envueltas por el velo de la sabiduría liban las flores del
yermo de sombrías nostalgias.
El
invierno se coarta y los prados altaneros despierta los milagros que el gran
timonel agorero arrojó por la borda.
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