El soltero de oro
Cuando acabó la guerra, mi ciudad se hallaba totalmente destruida, no encontrándome más que a una multitud de
viejos, moribundos y mutilados, ya no tenía amigos ni parientes. Los que no
habían muerto de muerte natural cayeron durante la guerra, y los que no cayeron
durante el transcurso de la guerra sucumbieron a las consecuencias de esta. De
modo que los que logramos sobrevivir,
con impotencia y dolor, no nos quedó otro remedio que el de buscar nuevos
horizontes y emigrar a otras tierras.
¡Cuánto me sorprendo a veces de haber sobrevivido más
que otros muchos de mi generación! Los cuales se morían pronto: bien de ataques
cerebrales o de tumores malignos. Y
desde luego llegando a desear pronto a esa gran artista, la muerte, que empieza
muy prontamente a dar sus primeros retoques en el lienzo del torpe caminar de
la vida de los hombres. Ya que entonces el deseo de existir no es lo
suficientemente firme para permitir una vida honesta y agradable.
Aún hoy, muchas mujeres sufren las heridas incurables de
aquella guerra traicionera, pues han
perdido la facultad de la procreación, y los niños si es que nacen, la mayoría
vienen al mundo raquíticos y caen como moscas rociadas con D.D. T. “
Aunque, para algunos, los hijos son la última palabra de
la imperfección humana, dado que, lloran, hacen preguntas tontas, piden ser
alimentados y aseados, vestidos y educados, a cambio de tan apenas nada. Pues
sobre su frente gravita la aureola del egoísmo; Por eso, sea acaso una
bendición del cielo el que algunos permanezcamos solteros, para privarnos de
ese modo de dicha aflicción.
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