viernes, 29 de marzo de 2019

El soltero de oro




 
El soltero de oro

 

Cuando acabó la guerra, mi ciudad  se hallaba totalmente destruida,  no encontrándome más que a una multitud de viejos, moribundos y mutilados, ya no tenía amigos ni parientes. Los que no habían muerto de muerte natural cayeron durante la guerra, y los que no cayeron durante el transcurso de la guerra sucumbieron a las consecuencias de esta. De modo que los que logramos sobrevivir,  con impotencia y dolor, no nos quedó otro remedio que el de buscar nuevos horizontes y emigrar a otras tierras.
¡Cuánto me sorprendo a veces de haber sobrevivido más que otros muchos de mi generación! Los cuales se morían pronto: bien de ataques cerebrales o de  tumores malignos. Y desde luego llegando a desear pronto a esa gran artista, la muerte, que empieza muy prontamente a dar sus primeros retoques en el lienzo del torpe caminar de la vida de los hombres. Ya que entonces el deseo de existir no es lo suficientemente firme para permitir una vida honesta y agradable.
Aún hoy, muchas mujeres sufren las heridas incurables de aquella guerra traicionera,  pues han perdido la facultad de la procreación, y los niños si es que nacen, la mayoría vienen al mundo raquíticos y caen como moscas rociadas con D.D. T. “
Aunque, para algunos, los hijos son la última palabra de la imperfección humana, dado que, lloran, hacen preguntas tontas, piden ser alimentados y aseados, vestidos y educados, a cambio de tan apenas nada. Pues sobre su frente gravita la aureola del egoísmo; Por eso, sea acaso una bendición del cielo el que algunos permanezcamos solteros, para privarnos de ese modo de dicha aflicción.

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