viernes, 22 de marzo de 2019

¡Qué ironía!





!Qué ironía!


 

 Un día, un mal día, el último y cruelmente más largo del otoño, Manuel, sufrió un accidente con su automóvil. Un  viejo tren de mercancías arrolló su vehículo en un paso a nivel sin barreras. Algunos testigos presenciales aseguraron que Manuel, conducido por el camino tórrido que penetra en el más allá, se detuvo allí aposta, demostrando su valentía; Pero el tren, blandió su guadaña letal y éste perdió  el sagrado tesoro de la vida en el acto.
 
 La muerte es una desgracia prevista, en tanto que la vida es un mar de penas infinitas, como si el infinito fuese el secreto de las grandes melancolías de esta vida oscura, efímera dicha, solamente amortiguada por algunas  ardientes pasiones que rigen el orden social, junto con alguna falsa filantropía.
La ridícula entereza llamada resignación, por lo visto anidaba en el espíritu de Manuel. Como la entereza de un tonto que se deja abofetear sin mediar palabra. Mucho se habló durante aquel día y algunos posteriores de aquel trágico accidente, al  que  para algunos, inclusive para la propia policía, se trató de un suicidio premeditado.

Cosa inusitada en un país como el nuestro, de relámpagos de azufre, con una raza que tiene cuchillos que, arden sobre la lentitud invasora de una sonrisa de terciopelo.

 
 Parecía mentira que un hombre encantador, con unos ojos tan alegres y prometedores, de tanta felicidad e influencia, la cual dejaba entrever el poder absoluto, quisiera poner en ridículo a la soberana muerte, a fuerza de emponzoñar su sonrisa  ¡Qué ironía!

 

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