La anfitriona de una fiesta
Hoy he estado de anfitriona de una fiesta, celebrada en honor
de la mayoría de edad de nuestra Benjamina.
A ella acudían grandes personalidades e incluso de la realeza europea con sus hijos varones para intentar conquistar a nuestra hija, que estaba tan bella y tan esplendorosa que era capaz de eclipsar a la más radiante estrella. Pero lo más curioso del caso es que estaban tan interesados en solicitar su mano, que hasta llegaron a declararse la guerra entre los países, para de ese modo quitarse competidores.
A ella acudían grandes personalidades e incluso de la realeza europea con sus hijos varones para intentar conquistar a nuestra hija, que estaba tan bella y tan esplendorosa que era capaz de eclipsar a la más radiante estrella. Pero lo más curioso del caso es que estaban tan interesados en solicitar su mano, que hasta llegaron a declararse la guerra entre los países, para de ese modo quitarse competidores.
—No pensaba yo que, por disputar la belleza de una mujer, se
llegase incluso a declarar la guerra.
—He tenido que tener
una hábil mano izquierda para contentarlos a todos, pues siempre acechaba la
posibilidad que por contentar a unos, molestara a otros, de modo que se me ocurrió una forma
salomónica con la que contentar a todos sus pretendientes.
—Decirles a todos que sí, que firmaríamos un tratado en el
cual nuestra hija sería la princesa con
cada uno, un día a la semana. Así el lunes sería la princesa de la monarquía de
Suecia, el martes de Dinamarca, el miércoles
del Reino Unido, el jueves, de España, el viernes de Noruega, el sábado de
Luxemburgo, y el domingo…
—El domingo, supongo que descansaría ¿no?
—No, pues los domingos sería la reina de todas las monarquías a la vez.
—¿Y aceptaron tales condiciones?
—Todos ellos quedaron encantados.
—Bueno, y Ángela Belén ¿Qué decía o pensaba de todo aquello?
—Pues dijo sin alterarse, que ella no estaba enamorada de
ninguno de aquellos príncipes o
pretendientes.
—¿Y qué pasó entonces?
—Que el sueño se esfumó.
¡Ángela Belén… hija…! ¿Estás enamorada de algún príncipe
europeo?
—¡Sí!__ Se oyó decir__. ¡Trabaja aquí, en la obra de al lado!
—¿Es negro?
—¡No, papá…!
—¿Es bajito y moreno?
—¡No…!
—¿Es alto, rubio y con ojos azules?
—¡Jo, qué pesado eres
a veces papá!
—¿Quién es pues el afortunado?
—¡Es una persona…, y ya está…!
— ¡José, deja ya en paz a la chica! Ya sabes que es muy
reservada.
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