Horrible tempestad
En las islas de los alrededores, el sol brillaba en un cielo sin nubes. Los vientos monzónicos eran apenas un murmullo y el mar de la China Meridional,
resplandeciente. Era de un transparente color verde azulado. Halos de calor se
acumulaban en el horizonte y el tiempo prometía prolongar su perfección todo el
día. Pero aquella relativa calma era más temida por los marineros que un
incendio provocado a bordo, dado que el fuego, es la pesadilla de todo marino
experto. El señor Sylvester oteando el cielo parecía demasiado inquieto,
entre excitado y preocupado, quizá perdido en el deslumbrante laberinto de la
mística marina. El marinero Makú, también tenía la mirada extraviada en el
horizonte observando que por algún extraño fenómeno habían desaparecido los
delfines, los alcatraces, albatros, cormoranes, gaviotas y demás aves marinas
tan abundantes en aquellos Lares, habían abandonado el cielo para refugiarse al
abrigo de las rocas de las islas cercanas. Hasta Tucán con el penacho de sus plumas erizadas había
dejado de guasearse del grumete Freddy, y había bajado de su cómoda maroma para ampararse en el posadero seguro del
hombro de Makú. Incluso el timonel Duncan, que raras veces demostraba una emoción,
ante aquella situación su expresión revelaba una excitación reprimida. La
superficie del mar era vidriosa; pero se estaba levantando un ligero viento tan
cálido que era casi sofocante y las crestas blancas de las olas empezaban a
tomar vida. Pesadas nubes negras
empezaron a asomar por el sureste. El
capitán Richard, desde el puente de control también advirtió dichos fenómenos,
había visto ya muchas tempestades y sabía que ninguna era igual que la otra. El
mar es peligroso; pero sabía que arribar a una isla cercana podría ser peor,
pues las masas terrestres atraen tanto a los huracanes como a las tempestades,
y podría hacer encallar a su clíper en un banco de arena, o estrellar el barco contra algún peñasco de los que sobresalen en los
arrecifes coralinos, dado el escaso margen de movimientos a que se podía ver
sometido.
Un velero es como un reloj muy complicado. Todas las ruedas deben de
estar sincronizadas y girar a la velocidad exacta. Todos los engranajes deben
encajar perfectamente. Por eso, cuando
el contramaestre llegó corriendo a la
cabina de mando donde se encontraba el
capitán Richard , ojeando un gran mapa del
mar de la China Meridional
le expuso:
-Señor Richard, la gran barrera de nubes está tomando impulso.
-¿Podemos conocer la dirección que lleva?
El contramaestre señaló las marcas que había hecho en el mapa, para
después decirle al capitán Richard: ¡Esta depresión viene derecha hacia el
Estrecho de Sonda!
-Eso parece señor Brown.
-¿Qué es lo peor que podría pasarnos señor Richard?
-Podríamos vernos en una tormenta tremenda, pero no he visto a ninguna tormenta que este clíper no pueda
vencer, y no puedo imaginarme a una tan tremenda; pero de momento no hay ni tan
siquiera tiempo para cambiar de planes.
Aunque debemos prepararnos para lo peor, ya que se nos aproxima la tempestad.
El capitán por una extraña combinación de experiencia e instinto se dio
media vuelta, muy blanco y salió casi
corriendo de la cabina.
-¡A trabajar marinos! ¡Amarrad fuerte todo lo que se mueva!. Sobre todo las
cajas de las bodegas para que no se produzca un descorrimiento de la carga y si llegase a producirse una tempestad
aseguraros vosotros también por la cintura.
El viento era más pronunciado cuando subió al puente. El mar verde
profundo por debajo del gris se estaba poniendo realmente feo. El tiempo es
engañoso y habría confundido a un lego en la materia. Las masas sólidas de
nubes se habían elevado y puesto más pálidas, era “El falso cielo” que los marinos más experimentados conocían
también, y no había duda de que la tempestad que se avecinaba sería muy fuerte.
Aquel panorama hizo que helara la sangre de toda la tripulación. Las crestas blancas eran más altas y en el
horizonte, el cielo se empezó a teñir de un gris horrible.
Al ver tanto trajín Freddy, tuvo ocasión de preguntarle a Makú.
-¿Existen problemas Makú?
-No estoy seguro Freddy-dijo mostrando el cielo al Sur-. Esas nubes no
son las nubes blancas que se ven por
estas islas. Son feas y se mueven demasiado rápido. Hay algo en el aire que
tampoco me gusta. Es una extraña sensación.
En esos momentos se vislumbró a lo lejos una
cortina gris velando el horizonte. La experiencia de los marineros, incluido
Makú, sabían lo que eso podía significar, por ello se empezaron a oír gritos de
desesperación: ¡Arriad las velas! ¡Navegad
a palo seco…! ¡Freddy... ponte a cubierto y
toma, protege a Tucán, se nos aproxima una tempestad! Por el temor reflejado en
su rostro aquello sin duda sería muy serio. Freddy, cogió su medio peine de
púas de carey y lo lanzó al mar, pues había oído una extraña leyenda criolla que aseguraba que arrojando un peine al mar se
apaciguaban las tempestades, por eso no lo dudó ni un segundo. La lástima
es que sólo lograría evitar medio maleficio. Aquella tempestad
sería verdaderamente importante dado que si Makú, que había sobrevivido a las
garras de un león se asustaba, habría razones bien fundas para que los demás
también lo estuviesen.
A los pocos minutos desde el puente de mando, Freddy, observaba atónito como aquella descomunal tormenta
los arrollaba en un impresionante alarde de los elementos de la
naturaleza. La cortina gris avanzó con
celeridad. Todo quedó oculto: el cielo, el barco, el mar. Pronto calló del
cielo prematuramente oscurecido, una lluvia que azotó implacable toda la superestructura
del barco, inundando la cubierta y claraboyas con sus lanzas oblicuas. Aquello
no era lluvia, pues la palabra lluvia se quedaba pobre para describirla.
Diluvio pues era más exacto decir,
acompañada de vientos infernales,
aquello no eran gotas, ni tan siquiera chorros de agua, aquello era un telón
impenetrable de agua, una catarata. No se podía hablar, ni casi respirar. La
tempestad traía consigo ensordecedores truenos e intempestivos y centelleantes
relámpagos. Era tal la magnitud de aquel diluvio que los marinos eran
arrastrados de sus puestos, chocando con todo lo que les rodeaba. Algunos se
les oía gemir, a otro gritar. Algunos sangraban por la boca, otros por la
nariz, otros protestaban de sus brazos,
otros de sus piernas, algunos ya habían caído desfallecidos, dando
vueltas sus cuerpos inertes, como títeres de trapo, chocando contra los
mástiles y demás objetos de la cubierta. El clíper parecía un potro salvaje metido dentro de un
gigantesco remolino que acabaría por devorarlo hasta arrastrarlo a los abismos
submarinos.
Estaba a merced de aquel embravecido mar, como si se tratara de una simple cáscara de nuez flotando. Las olas rompían contra el casco, unas veces a babor, otras a estribor…, el agua atacaba por todas partes de forma furiosa dando sus espumosos puñetazos impregnados de colérica ira. El viento con sus cien mil silbidos a la vez aullaba horriblemente atravesando los tímpanos. Desde el ala de babor pudo ver Freddy, olas del tamaño de una montaña que se estrellaban contra la popa ¡Y otro remolino hambriento con fuerza arrolladora! Los mástiles crujían, el barco se zarandeaba hasta besar el mar. Aquello parecía como si se hubiese desatado el Juicio Final. La vengativa hora de Neptuno en confabulación con el colérico Zeus. El clíper tan apenas avanzaba, era un gigante indefenso privado de su fuerza por todos los elementos, ofreciendo todas las mejillas de su casco, el cual protestaba por la afrenta a que estaba siendo sometido. Pero en todos los marinos prevalecía el espíritu que los grandes desafíos suelen despertar.
Estaba a merced de aquel embravecido mar, como si se tratara de una simple cáscara de nuez flotando. Las olas rompían contra el casco, unas veces a babor, otras a estribor…, el agua atacaba por todas partes de forma furiosa dando sus espumosos puñetazos impregnados de colérica ira. El viento con sus cien mil silbidos a la vez aullaba horriblemente atravesando los tímpanos. Desde el ala de babor pudo ver Freddy, olas del tamaño de una montaña que se estrellaban contra la popa ¡Y otro remolino hambriento con fuerza arrolladora! Los mástiles crujían, el barco se zarandeaba hasta besar el mar. Aquello parecía como si se hubiese desatado el Juicio Final. La vengativa hora de Neptuno en confabulación con el colérico Zeus. El clíper tan apenas avanzaba, era un gigante indefenso privado de su fuerza por todos los elementos, ofreciendo todas las mejillas de su casco, el cual protestaba por la afrenta a que estaba siendo sometido. Pero en todos los marinos prevalecía el espíritu que los grandes desafíos suelen despertar.
Fue media hora
de brutal pesadilla; y cuando la tempestad les sobrepasó, todos los marineros
pudieron darse cuenta que aquello no había sido fruto de un mal sueño.
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