lunes, 25 de marzo de 2019

Vientos de El Cusco

 
 
Vientos del Cusco
 
 
 

Aquella noche del Santísimo día de María, sólo una ligera brisa del poniente, movía las hojas de los plataneros de las avenidas. La luna, en su fase creciente, y brillante como una perla, asomaba por encima de los altos edificios de la ciudad. De sonido de fondo, podían oírse los tambores de lo que podría ser una batucada. Pero no eran los tambores y demás fanfarrias lo que realmente quería ver u oír aquel caballero que, con aire decidido, se dirigía a su encuentro.
Una poderosa e invisible fuerza proveniente del alma, le había animado a salir de casa. Tenía una corazonada. Y a veces, hay que hacer caso a las corazonadas—se decía—. Máxime cuando dicha corazonada podría servir para conocer a su amor soñado. Un amor tan virtual y etéreo, que incluso en más de alguna ocasión llegó a poner en duda su existencia.

La comisión de Festejos, por agradar  y complacer a los distintos grupos étnicos residentes en la ciudad, para aquel año había decidido incluir dentro de la programación de sus fiestas locales un desfile por las calles más céntricas, para que todos esos grupos pudiesen dar a conocer sus  bailes y  danzas. Así como mostrar sus trajes tradicionales de sus respectivas  regiones si no de  sus países. Y nuestro caballero en cuestión, en eso estaba.
Al llegar a una Avenida de doble dirección, donde dichos grupos desfilaban  en una especie de pasacalles, comprobó que efectivamente, eran los componentes de un grupo local de batuca quien encabezaba aquel desfile. (Luego se enteraría que, la banda sinfónica municipal, iba cerrando aquel desfile acompañado por un séquito de autoridades encabezadas por el excelentísimo Alcalde y su Inminencia el señor Obispo.) Sin embargo, aquel tipo de sonidos repetitivos, tal si fuesen nativos de una jungla recóndita enardeciéndoles para la batalla, no es que precisamente fuesen de su total agrado. Pese a que al nutrido  gentío que en las aceras se agolpaba parecía entusiasmarles
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 A continuación, lo hacían los integrantes de un grupo folclórico  de Bulgaria, interpretando la Lazarouden, que, como pudo comprobar se trataba de una danza en la que los ganaderos y pastores hacían sus ofrendas a San Lázaro. Y la danza Lazarkia donde las mujeres jóvenes elegían a su novio en dicha festividad.
Detrás de ellos, desfilaba un nutrido grupo procedente de Brasil, interpretando su marchosa samba. Donde las mujeres, jóvenes en su mayoría, ataviadas con brillantes coronas  y coloridos  penachos de plumas, alegraban la vista a todo  hombre que así se precie.
Pese a lo llamativo de aquel rosario de bellezas exóticas, nada hasta el momento había llamado excesivamente la atención de nuestro caballero.
Después continuaron los danzantes y músicos de Rumania. Acompasados fundamentalmente a base de acordeones y violines. Aquel tipo de música ya iba más de acorde a su carácter, por lo que aplaudió efusivamente hasta que terminó de pasar su último miembro. Tan animoso fueron  sus aplausos,  que para algunos espectadores que se encontraban a su lado, y por la cara de extrañeza que ponían, bien podía haber supuesto que dicho caballero fuese de dicha nacionalidad.

Contrastando con la música citada, aparecieron los componentes de un grupo peruano, el cual en su estandarte podía leerse “Vientos de El Cusco” y en ellos destacaba los dulces tañidos de las  flautas echas de caña de carrizo, acompañadas por algunos instrumentos de cuerda y tamboriles, escenificando coreográficamente unas danzas seguramente que arraigadas al ambiente indígena, relacionados con las fiestas agrícolas o del trabajo rural, y las de cultivos  de las tierras sagradas del sol.
Aquel grupo en su mayoría estaba compuesto por mujeres. La nota discordarte la daban media docena de hombres en cuyos atuendos portaban sacchas, o pepas (cascabeles de metal)  colocados en las rodillas. Así como sonajas colocadas en las muñecas.
La mecánica de aquella coreografía, quizá debido a su sencillez ya se la había aprendido de memoria nuestro caballero. Cuatro pasos para adelante, giro de noventa grados la izquierda, cuatro pasos para adelante, giro de noventa grados a la derecha, cuatro pasos para adelante, un pasito  para atrás y vuelta entera, cuatro pasos para adelante…  

En estas  estaba cuando de pronto, y delante de él, apareció la cosa más bella y graciosa  de cuanto en su vida viera. Aquella muchachita  que sin duda acababa de cruzar la dulce frontera  de la inocencia, llevaba unas trenzas color azabache que le llegaban hasta la altura de donde descansa la espalda. Su cara  redonda y sus  nacaradas  órbitas, destacaban en fulgor con los plateados rayos de la risueña luna. Iba maquillada de labios con rojo carmín, haciendo  destacar su sonrisa con dos hileras de dientes, blancos  y purísimos como las nieves perpetuas de la Cordillera Andina.
Sin duda alguna—pensó—, aquella virginal mujer acababa de bajar del Olimpo de los dioses, para ser objeto de veneración  de los mortales…
Gracias al cielo,—se decía—, por haberme animado a salir.—Ya que por lo general, no era un hombre habituado al mundanal ruido, ni propenso a juergas de ningún tipo; Pero aquel pálpito que sintió  en su corazón nada más levantarse por la mañana, de momento le estaba dando la razón. Y merecía la pena. ¡Ya lo creo que merecía la pena estar allí!Aunque no fuese nada más que para observar con inusitado embeleso aquellos gráciles movimientos. Sin embargo, y para su pesar, aquella virginal diosa, parecía ajena a todo cuanto a su alrededor sucedía, y mucho más ajena todavía, parecía estar  de aquel caballero que pese a sus machacones y acalorados aplausos y vítores, no era correspondido ni tan siquiera  con una leve sonrisa. Pese a ello, el caballero, no se desanimó, y  decidió el ir avanzando para seguir viéndola, ya que aunque simplemente fuera el poder  abarcarla con la mirada se quedaba conforme. A fin de cuentas—se preguntaba—. ¿Quién era él para ser merecedor de algo más? Salvo un  excéntrico soñador, que quizá lo único que pudiese conseguir es un puñado de viento. Y también cabía preguntarse, si aquella diosa seguramente ornada en el crisol de todos los resplandores, en algún momento, podría ser portadora de sutiles caricias para poderlas ofrecer a un humano enamorado…
 
 

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