Vientos del Cusco
Aquella noche del
Santísimo día de María, sólo una ligera brisa del poniente, movía las hojas de
los plataneros de las avenidas. La luna, en su fase creciente, y brillante como
una perla, asomaba por encima de los altos edificios de la ciudad. De sonido de
fondo, podían oírse los tambores de lo que podría ser una batucada. Pero no eran
los tambores y demás fanfarrias lo que realmente quería ver u oír aquel
caballero que, con aire decidido, se dirigía a su encuentro.
Una poderosa e
invisible fuerza proveniente del alma, le había animado a salir de casa. Tenía
una corazonada. Y a veces, hay que hacer caso a las corazonadas—se decía—. Máxime
cuando dicha corazonada podría servir para conocer a su amor soñado. Un amor
tan virtual y etéreo, que incluso en más de alguna ocasión llegó a poner en
duda su existencia.
La comisión de Festejos,
por agradar y complacer a los distintos
grupos étnicos residentes en la ciudad, para aquel año había decidido incluir
dentro de la programación de sus fiestas locales un desfile por las calles más
céntricas, para que todos esos grupos pudiesen dar a conocer sus bailes y
danzas. Así como mostrar sus trajes tradicionales de sus respectivas regiones si no de sus países. Y nuestro caballero en cuestión,
en eso estaba.
Al llegar a una Avenida
de doble dirección, donde dichos grupos desfilaban en una especie de pasacalles, comprobó que
efectivamente, eran los componentes de un grupo local de batuca quien encabezaba
aquel desfile. (Luego se enteraría que, la banda sinfónica municipal, iba
cerrando aquel desfile acompañado por un séquito de autoridades encabezadas por
el excelentísimo Alcalde y su Inminencia el señor Obispo.) Sin embargo, aquel
tipo de sonidos repetitivos, tal si fuesen nativos de una jungla recóndita
enardeciéndoles para la batalla, no es que precisamente fuesen de su total
agrado. Pese a que al nutrido gentío que
en las aceras se agolpaba parecía entusiasmarles
.
.
A continuación, lo hacían los integrantes de
un grupo folclórico de Bulgaria,
interpretando la Lazarouden, que, como pudo comprobar se trataba de una danza
en la que los ganaderos y pastores hacían sus ofrendas a San Lázaro. Y la danza
Lazarkia donde las mujeres jóvenes elegían a su novio en dicha festividad.
Detrás de ellos,
desfilaba un nutrido grupo procedente de Brasil, interpretando su marchosa
samba. Donde las mujeres, jóvenes en su mayoría, ataviadas con brillantes
coronas y coloridos penachos de plumas, alegraban la vista a
todo hombre que así se precie.
Pese a lo llamativo de
aquel rosario de bellezas exóticas, nada hasta el momento había llamado
excesivamente la atención de nuestro caballero.
Después continuaron los
danzantes y músicos de Rumania. Acompasados fundamentalmente a base de
acordeones y violines. Aquel tipo de música ya iba más de acorde a su carácter,
por lo que aplaudió efusivamente hasta que terminó de pasar su último miembro.
Tan animoso fueron sus aplausos, que para algunos espectadores que se
encontraban a su lado, y por la cara de extrañeza que ponían, bien podía haber
supuesto que dicho caballero fuese de dicha nacionalidad.
Contrastando con la
música citada, aparecieron los componentes de un grupo peruano, el cual en su
estandarte podía leerse “Vientos de El Cusco” y en ellos destacaba los dulces
tañidos de las flautas echas de caña de
carrizo, acompañadas por algunos instrumentos de cuerda y tamboriles,
escenificando coreográficamente unas danzas seguramente que arraigadas al
ambiente indígena, relacionados con las fiestas agrícolas o del trabajo rural, y
las de cultivos de las tierras sagradas
del sol.
Aquel grupo en su
mayoría estaba compuesto por mujeres. La nota discordarte la daban media docena
de hombres en cuyos atuendos portaban sacchas, o pepas (cascabeles de
metal) colocados en las rodillas. Así
como sonajas colocadas en las muñecas.
La mecánica de aquella
coreografía, quizá debido a su sencillez ya se la había aprendido de memoria
nuestro caballero. Cuatro pasos para adelante, giro de noventa grados la
izquierda, cuatro pasos para adelante, giro de noventa grados a la derecha,
cuatro pasos para adelante, un pasito
para atrás y vuelta entera, cuatro pasos para adelante…
En estas estaba cuando de pronto, y delante de él,
apareció la cosa más bella y graciosa de
cuanto en su vida viera. Aquella muchachita
que sin duda acababa de cruzar la dulce frontera de la inocencia, llevaba unas trenzas color
azabache que le llegaban hasta la altura de donde descansa la espalda. Su
cara redonda y sus nacaradas
órbitas, destacaban en fulgor con los plateados rayos de la risueña
luna. Iba maquillada de labios con rojo carmín, haciendo destacar su sonrisa con dos hileras de
dientes, blancos y purísimos como las
nieves perpetuas de la Cordillera Andina.
Sin duda alguna—pensó—,
aquella virginal mujer acababa de bajar del Olimpo de los dioses, para ser
objeto de veneración de los mortales…
Gracias al cielo,—se
decía—, por haberme animado a salir.—Ya que por lo general, no era un hombre
habituado al mundanal ruido, ni propenso a juergas de ningún tipo; Pero aquel
pálpito que sintió en su corazón nada
más levantarse por la mañana, de momento le estaba dando la razón. Y merecía la
pena. ¡Ya lo creo que merecía la pena estar allí!Aunque no fuese nada más que
para observar con inusitado embeleso aquellos gráciles movimientos. Sin
embargo, y para su pesar, aquella virginal diosa, parecía ajena a todo cuanto a
su alrededor sucedía, y mucho más ajena todavía, parecía estar de aquel caballero que pese a sus machacones
y acalorados aplausos y vítores, no era correspondido ni tan siquiera con una leve sonrisa. Pese a ello, el
caballero, no se desanimó, y decidió el
ir avanzando para seguir viéndola, ya que aunque simplemente fuera el
poder abarcarla con la mirada se quedaba
conforme. A fin de cuentas—se preguntaba—. ¿Quién era él para ser merecedor de algo
más? Salvo un excéntrico soñador, que
quizá lo único que pudiese conseguir es un puñado de viento. Y también cabía
preguntarse, si aquella diosa seguramente ornada en el crisol de todos los
resplandores, en algún momento, podría ser portadora de sutiles caricias para
poderlas ofrecer a un humano enamorado…
No hay comentarios:
Publicar un comentario