La fiebre del oro
Eduardo,
al final se decantó por ir a buscar oro, ya que ni se le pasó por la
cabeza otros métodos menos ortodoxos como por ejemplo el dar el braguetazo
casándose con la hija de algún ricachón, donde de manera directa tarde o
temprano pudría montarse en el carro de su fortuna, o meterse en líos de mafias tan en boga en
esos momentos(y actualmente), como la trata de blancas con chicas provenientes
de los países que orbitaban alrededor de
la extinguida Unión Soviética, o en el lucrativo negocio de las drogas. Pues
pensó que sin hacer ningún daño a nadie, con la obtención de este noble metal
le serviría para poder disfrutar después
apaciblemente el resto de su vida, y ya de paso, poder encumbrarse en el poder rápidamente, como
efectivamente así pasó; pero de una forma demasiado chocante, por no decir que
de una manera rocambolesca, como a continuación voy a relataros con gruesos
trazos, aunque extendiéndome un poco más, debido a la circunstancia de que
Eduardo tardó mucho más tiempo en alcanzar sus objetivos.
Eduardo,
tras despedirse de su amigo Edelmiro en Bulgaria, se mantuvo durante más de un
año recorriendo toda Europa central haciendo trabajos diversos para sobrevivir,
pues debido a no rechazar ningún trabajo que le saliera a su paso, en Suiza se especializó
en el ordeño de las vacas, aunque tampoco se negó a sacar el estiércol de los
establos a horca en Alemania, trabajo este último destinado casi siempre a los
obreros de origen turco. Pero con aquel duro y desagradable trabajo sabía que
daría alas para el futuro que esperaba.
Así, de granja en granja, pudo llegar a los Países Bajos. Y en el puerto de Róterdam, se embarcó en un
barco de la marina mercante con bandera Liberiana, que se dirigía a América. Y tras atravesar el Istmo del canal de Panamá,
desembarcó en su capital, Panamá, la que en su día fuera la primera ciudad colonial fundada a las
orillas del Océano Pacífico.
Hasta
esos momentos, nada le pareció ser más interesante que haber tenido la
oportunidad de pasar del Mar Caribe al océano Pacífico a través de una de las
mayores obras de ingeniería construidas por el hombre. El Canal de Panamá. Una
honda herida en la geografía terrestre para comunicar dos grandes mares.
En Panamá se mantuvo unas semanas mientras
descansaba de aquella larga travesía oceánica e intentaba priorizar sus objetivos.
En
uno de esos días, encontrándose en el puerto internacional de Manzanillo,
prestó su atención a un gran buque portacoches estancado en la bahía en espera
de ser descargado. Fijándose especialmente en que gran cantidad de ellos
llevaban bandera de Liberia, de Malta o de Panamá y tras preguntar por tal
abundancia de buques con estas
banderas, un marino que también entretenía su tiempo en observar estos
gigantes de los mares, le explicó que ello era debido a que aquellos buques
utilizaban banderas de conveniencia, dado que en el caso de Panamá se pagaban menos impuestos, así como de mano
de obra y costes de funcionamiento más baratos que si lo hicieran en sus países
de origen, o para aprovecharse de unas normas menos exigentes y leyes sobre
contaminación más débiles.
Varios días después tomó otro carguero que tomaba rumbo a San Francisco, pero que
forzosamente antes haría escala en San
Diego, donde en algunos bares próximo a
la bahía empezó a oír por primera vez en
su vida la llamada fiebre del oro desatada a finales del siglo IXX, a algunos borrachos y aventureros,
que al igual que los cazadores, generalmente suelen exagerar casi siempre de
sus logros. Aunque con aquellas conversaciones mantenidas durante el tiempo que
tardaban en vaciarse la botella de bourbon, que es el whisky americano por
excelencia, se
sorprendió sobremanera al conocer que
tantísimos hombres provenientes de los cinco continentes, mucho antes que él, (incluso
de hombres con carreras académicas, llámese maestros, abogados, médicos…)
formaron caudalosas riadas humanas hasta los nuevos Eldorados californianos,
seguramente pensando lo mismo que él lo hacía un siglo después, es decir,
encontrar el atajo del bienestar por mediación del fatigoso trabajo de buscar
oro.
Llegado
a este punto, creo que es de obligado cumplimiento hacer un breve recorrido
histórico sobre los primeros buscadores de oro en California llamados “forty—miners”
en el periodo de 1.848—1.855. Los efectos de esta emigración repentina fueron
espectaculares. Antes de la fiebre del oro, San Francisco era una aldea diminuta,
y con la fiebre del oro, la aldea llegó a ser una ciudad. Los buscadores de oro
recogían el oro en los arroyos y lechos de los ríos usando técnicas simples
como el cribado. Algunos buscadores de fortunas se hicieron rápidamente millonarios;
y a los que tampoco les fue nada mal fue
a los visionarios que montaron sus tiendas de suministros para los aventureros;
pero la mayoría se quedó con poco más de los bienes que tenía cuando la fiebre
del oro comenzó.
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