sábado, 9 de marzo de 2019

Sinfonía de misterios "EL príncipe"

 
 
Sinfonía de misterios
 
 
"El príncipe"

 
 

Paseando Juan Pedro, por un barrio de obreros y artesanos, un rocío inesperado,como el dulce canto  de una ninfa enamorada, proveniente de un balcón de una casita de dos plantas, y muy bien encalada, hizo que parase su deambular  en seco. Pues aquel canto le pareció ser como una caricia para sus oídos. Cantaba a los amores imposibles de la calandria y el ruiseñor. Y  al levantar la mirada, vio a la muchacha más bonita que los rayos del sol hubiesen acariciado nunca. Por lo que no quiso interrumpirla hasta que la balada se apagó con la dulce entonación de la última estrofa.
Aquel balcón cuajado de flores, principalmente de geranios amarillos y rosas, y clabelineras de diferentes tonos, era digno de llamar la atención por su singular belleza, encerrada en tan apenas  dos metros cuadrados. Pero lo que más le llamó la atención, fue el de aquella figura femenina que amparada tras el follaje multicolor lo miró durante unos instantes, expandiendo el céfiro, que a ráfagas, transportaba a la azulada atmósfera una sinfonía de misterios.
-¡Oh, qué maravilla! -¿Será esa linda  y morena flor de cabellos negros y ondulados como el mar en marejada, que al mirarla ha bajado su mirada como si su corazón le impidiera sostenerla con ejemplar vergüenza, y su honra quedara desparramada por los suelos?-se preguntaba.
Apasionadamente, Juan Pedro, prosiguió inundado de embeleso y fascinación, intentando que su alma, cual ángel alado, volara nuevamente hasta aquella orquídea situada a la distancia, hasta lograr arrastrarla por debilidad.
 
 Aderezaban la frente de aquella muchacha  unos preciosos bucles negros como el azabache, sus ojos brillaban  como gotas del rocío sobre el terciopelo de las flores en  primavera. Dos grandes aros de plata colgaban de sus orejas y una cinta roja haciendo un gracioso lazo, sostenía su abundante cabellera, que como una cascada de finas hebras de ébano,  descansaba sobre sus hombros y espalda. En su semblante, reflejaba su lozanía, y  en los labios, semejantes a  dos pétalos de rosa carmesí, toda su pasión.
En esos instantes, una aguda calma transmitía a la perfumada atmósfera la mezcla de la  ilusión del lirio, y el júbilo imperecedero de la rosa.
La joven lo miró nuevamente, y Juan Pedro, al sentirse recompensado por el choque electrizante de su mirada, se consoló lanzando un beso al cielo. Por lo que la joven, que todavía no salía de su asombro ante aquella pertinaz insistencia, se ruborizó ante los ataques verbales de aquellos ojos fascinantes y verdes, cual hojas de laurel depositado en la frente de los vencedores.

 
-Más si ahora mismo bajase de ese pedestal de oro donde se encuentra ¿qué le diría?-volvía  a preguntarse -. ¿Y si lo hiciese, se creería realmente lo que le diría? Que  era el fruto de un sueño alucinador del cual estaba locamente enamorado.
Era bonito aquel trance, aquel juego donde se bebían los elixires en copas de marasmo.
La joven, mientras regaba los geranios y claveles del balcón, flores pobres; pero de exuberante fragancia,  comenzó nuevamente a canturrear.

-¡Hay…Cuánto te envidio pajarito!

Si pudiera volar como tú,
volaría hasta el infinito
para besar la estrella más azul…

Para a continuación, hacerlo Juan Pedro, siguiendo  los dictados de su impresionado corazón.

-¡Hay…, si yo fuera esa brillante estrella
que tu alma graciosa ha inundado de luz!
¡Qué dichoso sería si al fin me acogieras 
en los dulces pechos de tu juventud…!

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