Sinfonía de misterios
"El príncipe"
Paseando Juan Pedro, por un barrio
de obreros y artesanos, un rocío inesperado,como el dulce
canto de una ninfa enamorada, proveniente de un balcón de
una casita de dos plantas, y muy bien encalada, hizo que parase su
deambular en seco. Pues aquel canto le
pareció ser como una caricia para sus oídos. Cantaba a los amores imposibles de
la calandria y el ruiseñor. Y al levantar
la mirada, vio a la muchacha más bonita que los rayos del sol hubiesen
acariciado nunca. Por lo que no quiso interrumpirla hasta que la balada se
apagó con la dulce entonación de la última estrofa.
Aquel
balcón cuajado de flores, principalmente de geranios amarillos y rosas, y
clabelineras de diferentes tonos, era digno de llamar la atención por su
singular belleza, encerrada en tan apenas
dos metros cuadrados. Pero lo que más le llamó la atención, fue el de
aquella figura femenina que amparada tras el follaje multicolor lo miró durante
unos instantes, expandiendo el céfiro, que a ráfagas, transportaba a la azulada
atmósfera una sinfonía de misterios.
-¡Oh,
qué maravilla! -¿Será esa linda y morena
flor de cabellos negros y ondulados como el mar en marejada, que al mirarla ha
bajado su mirada como si su corazón le impidiera sostenerla con ejemplar vergüenza,
y su honra quedara desparramada por los suelos?-se preguntaba.
Apasionadamente,
Juan Pedro, prosiguió inundado de embeleso y fascinación, intentando que su
alma, cual ángel alado, volara nuevamente hasta aquella orquídea situada a la
distancia, hasta lograr arrastrarla por debilidad.
Aderezaban la frente de aquella muchacha unos preciosos bucles negros como el azabache,
sus ojos brillaban como gotas del rocío sobre
el terciopelo de las flores en primavera.
Dos grandes aros de plata colgaban de sus orejas y una cinta roja haciendo un
gracioso lazo, sostenía su abundante cabellera, que como una cascada de finas
hebras de ébano, descansaba sobre sus
hombros y espalda. En su semblante, reflejaba su lozanía, y en los labios, semejantes a dos pétalos de rosa carmesí, toda su pasión.
En
esos instantes, una aguda calma transmitía a la perfumada atmósfera la mezcla
de la ilusión del lirio, y el júbilo
imperecedero de la rosa.
La
joven lo miró nuevamente, y Juan Pedro, al sentirse recompensado por el choque
electrizante de su mirada, se consoló lanzando un beso al cielo. Por lo que la
joven, que todavía no salía de su asombro ante aquella pertinaz insistencia, se
ruborizó ante los ataques verbales de aquellos ojos fascinantes y verdes, cual
hojas de laurel depositado en la frente de los vencedores.
-Más
si ahora mismo bajase de ese pedestal de oro donde se encuentra ¿qué le diría?-volvía a preguntarse -. ¿Y si lo hiciese, se creería
realmente lo que le diría? Que era el
fruto de un sueño alucinador del cual estaba locamente enamorado.
Era
bonito aquel trance, aquel juego donde se bebían los elixires en copas de
marasmo.
La
joven, mientras regaba los geranios y claveles del balcón, flores pobres; pero
de exuberante fragancia, comenzó nuevamente
a canturrear.
-¡Hay…Cuánto
te envidio pajarito!
Si
pudiera volar como tú,
volaría
hasta el infinito
para
besar la estrella más azul…
Para
a continuación, hacerlo Juan Pedro, siguiendo
los dictados de su impresionado corazón.
-¡Hay…,
si yo fuera esa brillante estrella
que
tu alma graciosa ha inundado de luz!
¡Qué
dichoso sería si al fin me acogieras
en
los dulces pechos de tu juventud…!
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