EL VIOLÍN DEL POETA
O
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caso, soledad, paseante poeta
solitario, exiliado en los confines del mundo lejos de los suspiros alegres y
gozosos. Arruinado, huérfano, transeúnte olvidado por los jardines públicos, de
caminar lento e irregular, tus largos pasos se mecen a merced del viento cálido.
Con mirada profunda, analizas la
turbulenta dulzura de las bellezas del pasado.
Tu rostro atezado por la lluvia y
el sol refleja los humeantes albergues de la miseria. Tu garganta está
atenazada por la mano terrible de la indiferencia.
Da igual una sonrisa que una lágrima, cuando esta proviene de una
barraca donde los pensamientos revolotean alegres a la sombra del abismo,
derribado por el salvaje rugido de una guerra fratricida que se balancea en las
melancólicas olas del mar de los recuerdos. Esa enfermedad febril, que golpea
con azotes de nostalgia los ventanales labrados de los amplios secretos del alma.
Allí en los confines de la dicha
donde la orfebrería del opio segrega el gozo positivo, y los ojos se abren desmesuradamente y
atavían de plumas de colores, los amores
visibles de la vida, pulidos por el ronco cobre del rayo.
Juegas con la fantasía del luto
profundo de la noche. La soledad es mala, peligrosa para el alma, pero el poeta
de valerosas virtudes asume este riesgo llegando incluso a enamorarse de ella
aunque se le vea intempestivamente e impregne de desprecio. ¡Es un ocioso! Si
así pensáramos seríamos jueces injustos ¡No, no lo es! sólo es un prisionero en
su celda de recogimiento, analizando con mirada de mármol y neutral las
embriagadoras flores, los mágicos diamantes, los locuaces gorjeos, las
voluptuosidades de los palacios...ceñido con las tinieblas de su piel mezcla de
expresión de éxtasis y de pena, modelando con ellas todo el azul de la libertad,
inspirado por los caprichos de la luna que brilla con aureola de sulfurosa
pasión.
En todas latitudes existen poetas
que huyen de la monstruosa magia del lujo, con perfecto dominio amalgama la
embriaguez del arte y el amor mitológico, que lleva a hombros como el violín de
un vagabundo, para olvidar los terrores del abismo del alma, intentando con
ello borrar el ennegrecido semblante de
la miseria.
Esos meandros sacerdotales serán
siempre el distintivo carácter del
poeta.
* * *
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