miércoles, 13 de marzo de 2019

El violín del poeta


EL  VIOLÍN DEL POETA

 

 

O

caso, soledad, paseante poeta solitario, exiliado en los confines del mundo lejos de los suspiros alegres y gozosos. Arruinado, huérfano, transeúnte olvidado por los jardines públicos, de caminar lento e irregular, tus largos pasos se mecen a  merced del viento cálido.

Con mirada profunda, analizas la turbulenta dulzura de las bellezas del pasado.

Tu rostro atezado por la lluvia y el sol refleja los humeantes albergues de la miseria. Tu garganta está atenazada por la mano terrible de la indiferencia.

Da igual una sonrisa  que una lágrima, cuando esta proviene de una barraca donde los pensamientos revolotean alegres a la sombra del abismo, derribado por el salvaje rugido de una guerra fratricida que se balancea en las melancólicas olas del mar de los recuerdos. Esa enfermedad febril, que golpea con azotes de nostalgia los ventanales labrados de  los amplios secretos del alma.

Allí en los confines de la dicha donde la orfebrería del opio segrega el gozo positivo, y  los ojos se abren desmesuradamente y atavían  de plumas de colores, los amores visibles de la vida, pulidos por el ronco cobre del rayo.

Juegas con la fantasía del luto profundo de la noche. La soledad es mala, peligrosa para el alma, pero el poeta de valerosas virtudes asume este riesgo llegando incluso a enamorarse de ella aunque se le vea intempestivamente e impregne de desprecio. ¡Es un ocioso! Si así pensáramos seríamos jueces injustos ¡No, no lo es! sólo es un prisionero en su celda de recogimiento, analizando con mirada de mármol y neutral las embriagadoras flores, los mágicos diamantes, los locuaces gorjeos, las voluptuosidades de los palacios...ceñido con las tinieblas de su piel mezcla de expresión de éxtasis y de pena, modelando con ellas todo el azul de la libertad, inspirado por los caprichos de la luna que brilla con aureola de sulfurosa pasión.

En todas latitudes existen poetas que huyen de la monstruosa magia del lujo, con perfecto dominio amalgama la embriaguez del arte y el amor mitológico, que lleva a hombros como el violín de un vagabundo, para olvidar los terrores del abismo del alma, intentando con ello borrar  el ennegrecido semblante de la miseria.

Esos meandros sacerdotales serán siempre  el distintivo carácter del poeta.

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