El día que me convertí en sirena
¿Qué es lo que viste por los lechos submarinos María Luisa? ¿Encontraste algo
interesante en ese sueño?
—¡Uff, ya lo creo!
Pero lo más sorprendente, es que hablaba con los peces y ellos,
curiosamente me entendían.
—¿Y eran felices los peces en su mundo acuático?
—Pues no. Aparte de tener que ingeniárselas para poder
sobrevivir día tras día, ya que todos podían ser presa de todos, por lo cual
reinaba la desconfianza entre unos y otros, siempre les quedará para el
recuerdo los tiempos mejores, sin duda mucho más agradables que los actuales.
—¿A qué tiempos mejores se referían?
—Pues por ejemplo cuando los océanos estaban libres de
contaminación. Ahora por culpa de los seres humanos, no hay más que basura y
plásticos, mareas negras producidas por muchos desaprensivos
vertiendo aceites lubricantes y combustibles por las aguas de las
sentinas de las embarcaciones, o inconscientes que limpian los contenedores
de productos derivados del petróleo en
los propios mares, y ya ni que decir tiene, si se produce alguna catástrofe ecológica, producida o bien
por el hundimiento de un barco petrolero, o estalla una torre petrolífera, de las muchas que hay ya
instaladas en los océanos.
—Oye, ¿y en tu largo
paseo por los lechos oceánicos, no viste ningún tesoro proveniente de los
barcos hundidos en sus naufragios?
—Sí, sí que había bastantes; pero como en esos momentos yo
era una sirena, no le daba el valor que los humanos le dan a tales cosas,
debido quizá a que precisamente yo era un engendro entre pez y mujer.
—Bueno, y mientras estuviste conviviendo con los peces,
¿tienes algún recuerdo especial, qué haga que jamás puedas olvidarte,
bien sea por lo anecdótico, por lo extraño, o por su belleza…?
—En el transcurso de mi largo paseo acuático, fui durante un
tiempo guiada por una anciana morena, la cual me condujo hasta una enorme
cueva, la cual me aseguró, que en su parte central había una bifurcación, con
forma de estrella de cinco puntas, que si las siguiésemos, iríamos directamente
hasta el otro lado del mundo, pues dichas autopistas marinas según decía ella, unían a los océanos más extensos
de la Tierra, Recuerdo que llegamos hasta justo en el centro, allí había una
ciudad, la ciudad de los peces llamada “Arrecife de Coral”. Toda clase de
criaturas marinas tenían cabida allí, y todo era apacible, pues allí no
existían ni víctimas, ni verdugos. Supongo que aquello sería algo así como el
cielo de los peces…
—¿Cielo dices…?
—Sí, eso he dicho.
—¿Y también tenían un Dios, algún pez que veneraran
especialmente?
— Bueno, venerar no sé si sería esa la palabra adecuada; pero
a quienes tenían mucho respeto era a una enorme tridagna que se hallaba incrustada en las rocas coralinas.
Cuando los peces que adrede la rozaban con su aleta caudal, hacía que aquel gigantesco molusco, que quizá quintuplicase a las conchas que se suelen utilizar para persignarse con el agua bendita de las iglesias, entonces se abría en señal de gratitud, pudiendo entonces mostrar una perla color azul del tamaño de un huevo de avestruz.
Cuando los peces que adrede la rozaban con su aleta caudal, hacía que aquel gigantesco molusco, que quizá quintuplicase a las conchas que se suelen utilizar para persignarse con el agua bendita de las iglesias, entonces se abría en señal de gratitud, pudiendo entonces mostrar una perla color azul del tamaño de un huevo de avestruz.
¿Y qué valor podía tener una perla, aunque fuese gigante para
los peces?
—Según contó la morena, en el núcleo de dicha perla se
encontraban las primeras células con las cuales se formó la vida en el planeta.
Por eso pienso que aquello sería su
verdadero tesoro, ya que ante cualquier hecatombe, o extinción total, de aquella perla azul volvería
a surgir nuevamente la vida.
—Menos mal que como dices está bien preservada, porque
si a dicho molusco le diera por darse un
paseo por alguna playa, bien pronto se la disputarían las grandes
superpotencias. Y entonces, Hiroshima y
Nagasaki, pasaría a la historia por tan sólo ser dos granos
de atrocidad, comparado con el
extenso arrozal de desolación que
el mundo se convertiría. De modo que esto no se lo cuentes a nadie, si no, ¡ya la
tenemos liada!
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