miércoles, 6 de marzo de 2019

El día en que me convertí en sirena "Sueños"

El día  que me convertí en sirena
 
"Sueños"

 
¿Qué es lo que viste por los lechos  submarinos María Luisa? ¿Encontraste algo interesante en ese sueño?
—¡Uff, ya lo creo!  Pero lo más sorprendente, es que hablaba con los peces y ellos, curiosamente me entendían.
—¿Y eran felices los peces en su mundo acuático?
—Pues no. Aparte de tener que ingeniárselas para poder sobrevivir día tras día, ya que todos podían ser presa de todos, por lo cual reinaba la desconfianza entre unos y otros, siempre les quedará para el recuerdo los tiempos mejores, sin duda mucho más agradables que los actuales.
—¿A qué tiempos mejores se referían?
—Pues por ejemplo cuando los océanos estaban libres de contaminación. Ahora por culpa de los seres humanos, no hay más que basura y plásticos, mareas negras producidas por muchos   desaprensivos  vertiendo aceites lubricantes y combustibles por las aguas de las sentinas de las embarcaciones, o inconscientes que limpian los contenedores de  productos derivados del petróleo en los propios mares, y ya ni que decir tiene, si se produce  alguna catástrofe ecológica, producida o bien por el hundimiento de un barco petrolero, o estalla una torre  petrolífera, de las muchas que hay ya instaladas en los océanos.
 —Oye, ¿y en tu largo paseo por los lechos oceánicos, no viste ningún tesoro proveniente de los barcos hundidos  en sus  naufragios?
 
—Sí, sí que había bastantes; pero como en esos momentos yo era una sirena, no le daba el valor que los humanos le dan a tales cosas, debido quizá a que precisamente yo era un engendro entre  pez y mujer.
—Bueno, y mientras estuviste conviviendo con los peces, ¿tienes algún recuerdo especial, qué haga que jamás puedas  olvidarte,  bien sea  por lo anecdótico,  por lo extraño, o por su belleza…?
—En el transcurso de mi largo paseo acuático, fui durante un tiempo guiada por una anciana morena, la cual me condujo hasta una enorme cueva, la cual me aseguró, que en su parte central había una bifurcación, con forma de estrella de cinco puntas, que si las siguiésemos, iríamos directamente hasta el otro lado del mundo, pues dichas autopistas marinas  según decía ella, unían a los océanos más extensos de la Tierra, Recuerdo que llegamos hasta justo en el centro, allí había una ciudad, la ciudad de los peces llamada “Arrecife de Coral”. Toda clase de criaturas marinas tenían cabida allí, y todo era apacible, pues allí no existían ni víctimas, ni verdugos. Supongo que aquello sería algo así como el cielo de los peces…
—¿Cielo dices…?
—Sí, eso he dicho.
—¿Y también tenían un Dios, algún pez que veneraran especialmente?
— Bueno, venerar no sé si sería esa la palabra adecuada; pero a quienes tenían mucho respeto era a una enorme tridagna  que se hallaba incrustada  en las rocas coralinas.
 
Cuando los peces que  adrede la rozaban con su aleta caudal, hacía que  aquel gigantesco molusco, que quizá quintuplicase a las conchas que se suelen utilizar para persignarse  con el agua bendita de las iglesias, entonces se abría  en señal de gratitud,  pudiendo entonces mostrar una perla color azul del tamaño de un huevo de  avestruz.
¿Y qué valor podía tener una perla, aunque fuese gigante para los peces?
—Según contó la morena, en el núcleo de dicha perla se encontraban las primeras células con las cuales se formó la vida en el planeta. Por eso  pienso que aquello sería su verdadero tesoro, ya que ante cualquier hecatombe, o  extinción total, de aquella perla azul volvería a  surgir nuevamente la vida.
 
—Menos mal que como dices está bien preservada, porque si  a dicho molusco le diera por darse un paseo por alguna playa, bien pronto se la disputarían las grandes superpotencias. Y  entonces, Hiroshima y Nagasaki, pasaría a la historia por tan sólo ser  dos granos  de atrocidad, comparado con  el  extenso arrozal  de desolación que el mundo se convertiría. De modo que esto no se lo cuentes a nadie, si no, ¡ya la tenemos liada!

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