domingo, 3 de marzo de 2019

Cartas desde La india "tercera"

Tercera carta

 
Hoy, he abandonado pronto el Hall del Hotel. Oír conversaciones de tal o cual monumento, hacían que se me revolviesen las tripas. Y bien a gusto hubiese abofeteado a cada uno de aquellos presuntuosos turistas que, al parecer, no tenían ojos más que para ver piedras colocadas a peso. Cuando a mí, aún  lloraban los ojos, con el simple recuerdo de lo que había visto.
Esta mañana me he  aprovisionó de más rupias para llevar, por si hace falta. He tomado un taxi de tres ruedas para que me llevara hasta el suburbio aquel cuanto antes. Un día es un león, como según me recordaste; Pero aquellos minutos que me pensaba ahorrar en el trayecto se me han   hacho eternos.
Esta mañana el cielo de Mumbay estaba triste, los colores grisáceos del cielo monzónico parecía reflejarse en las caras de muchos. Aunque sigue floreciente esa amabilidad generalizada en la capital de Maharashtra.
Tras subirme en el taxi, comprobé que lo que realmente provocaba palpitaciones insostenibles era el ir en el asiento trasero de aquel taxi con un indio al volante" Ciudad sin ley en la carretera” sería una buena síntesis de lo que ocurre en Mumbay. ¿Semáforos? Un estúpido gasto de luz ¿las líneas de limitación de los carriles? Una inservible inversión en pintura. Si cruzas además de contar con el inconveniente de que conducen  en sentido contrario al europeo, hay que mirar de forma obligada a cualquiera de los sentidos. La conducción al estilo indio es un auténtico caos. Es como si hubiesen decidido olvidar el tiempo.
 Al entrar en el suburbio donde había estado el día anterior, se me ofreció a la vista un impresionante mar de chabolas de chapas  viéndome en la obligación de indicarle al taxista:
 —Vaya usted despacio. Porque como estas casas son casi todas iguales es fácil equivocarse de cuál es la que precisamente busco.
—Pues usted dirá cuál es?—preguntó el taxista un tanto alterado—Ya que Dharavi es la barriada más poblada de Asia con más de un millón de personas -me aclaró.
—Es una que tiene una puerta que raspa en el suelo.

—¡Pues con semejante pista lo tengo claro! Dime al menos a qué altura.
—Recuerdo que detrás sobresalían dos grandes torres de moderna construcción casi idénticas y muy juntas entre si.
—Bueno, algo es algo. Entonces eso está bastante más adelante. Son las “World Trade Towers”
Un silencio sepulcral parecía invadirlo todo, y me temí lo peor, que aquellas mariposas del alma, hubiesen volado ya a otro jardín de dios sabe dónde, para que  alguien nuevamente comenzara a buscarlas. Dicho pensamiento hizo que me brotasen  a chorro dos surcos de salobres lágrimas, e impaciente, volví a llamar gritando sus nombres.
—¡Ayeh…Manil…! Soy David… ¿Podéis abrirme, o tengo que derribar la puerta…?
—David… David…— se oyó decir al niño gritando en el interior.
Manil abrió la puerta y, tras comprobar que también estaba Ayeh vestida  con prendas blancas para mostrar su riguroso luto, tomé al niño en brazos y le di varias vueltas mostrando mí alegría.
Ayeh, permanecía de pie un tanto confusa, pues quizá llegó a pensar que nunca volvería a aparecer, y mucho menos tan pronto.
Tras dejar el niño en el suelo, abracé a Ayeh. Fue un abrazo  de los llamados eternos, de los que nacen con  poderosas raíces en el corazón y sus brazos son las poderosas ramas que sustentan la frondosa copa del alma. Pero fue eso, un abrazo y algunas caricias en el cabello de su nuca. Luego la tomé de la mano y mirándole a los ojos, intenté  transmitirle por mediación de ellos, todos mis sentimientos, todos mis anhelos, todos mis ensueños.
—Qué guapa eres, que ojos tan fascinantes tienes, acaparadores sin duda de todos los deseos…
—¿Por qué has venido David?  --preguntó Ayeh.
—Porque  esta noche he tenido un sueño revelador, el cual me ha indicado que, las mariposas blancas que buscaba y que me habían hecho llegar aquí, sois tú y tu hijo, a los que llevo idea de llevar conmigo a España, y enseñaros el jardín donde ambas posasteis de rosa en rosa y de nardo en nardo.
—Quizá esas mariposas  de las que con tanto agrado hablas, sean la reencarnación de mi difunto marido. El siempre soñaba con viajar, y visitar otros lugares donde se vive mucho mejor que aquí, porque no existen castas, ni clases sociales; Pero quizá, el trabajo fue más duro que sus ansias por viajar, y acabaron debilitándolo hasta enfermar, y después… morir.
—Pues ya ves que la muerte de tu esposo no ha sido en baldes. Es posible que  por mediación de dichas  mariposas vea al fin cumplido sus sueños, ya que tanto tú, como tu hijo, vais a conocer esos lugares de los cuales te hablaba tanto y que sin duda anhelaba conocer.
Ahora para empezar, quiero que abandonéis este  horrendo lugar. Que os vengáis conmigo  hasta el hotel, donde acabarás de recuperarte, y cuando  llegue el día señalado, partiremos los tres siendo una familia. Nos iremos volando, como hacen las mariposas. Atravesaremos mares, y países lejanos, hasta llegar al paraíso, al país del sol, que no es otro que España.
¿Quieres venirte conmigo? Yo te trataré bien,  Manil tendrá una educación, y siempre tendrá un padre.
—Vas a pedirme algo a cambio ¿no es verdad David?
—Sí. Que si decides venirte conmigo, no quiero que hagas conmigo lo que hacías con él, como si yo fuese él, ni siquiera que me compares con lo que él hacía o decía. Los soñadores somos muy celosos y tan solo pensar en que piensas en otro aunque ahora se haya transformado en una mariposa, me roería el alma. Te quiero para mí y sólo para mí, no sólo en cuerpo, sino en espíritu. Piensa que si decides venirte conmigo, es para empezar una nueva vida, y en una nueva vida, no caben los escombros del pasado.
¡Di que sí, por favor Ayeh, te lo suplico, no me decepciones! De lo contrario me iré de Mumbay arrastrando la herrumbrosa cadena de la desilusión.
Ayeh no contestó, tan sólo agachó la cabeza como un lánguido girasol y comenzó a llorar. Hecho por el cual me  lo tomé como un rotundo no. Y ebrio de dolor, dejé un fardo de  rupias encima de la mesa y me marché.
Mientras Manil, con toda la fuerza de sus pulmones, gritaba insistentemente.
—¡No te vayas David…! ¡David…! ¡David…! ¡Vuelve… no te vayas…!
Cuando llegué al hall,  creí ver una imagen fantástica. Ayeh, se había desprendido del blanco  sudario de su luto y lucía un fastuoso sari de color azul turquesa. Iba maravillosamente maquillada y con muchos abalorios en las manos y el peinado. Un deslumbrante bindi caía hasta el medio de sus  cejas, arqueadas estas con la misma tensión del  arco de Cupido.
Sin más, recibe un saludo cordial de tu amigo que nunca te olvida, David.




 
 

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