No
quisiera hablar de la guerra. Porque cuando revivo todas aquellas memorias
horribles, y aquellos pensamientos tristes, que reposan aletargados en mi
mente, siento un malestar que corroe las
entrañas. Si estoy una hora sin pensar en ella, me parece haber gozado de una
gracia inefable, pero aún así, te diré
bajo mi particular punto de vista que cuando un pueblo no tiene lo más
indispensable para su sustento, la justicia brilla por su ausencia, o la
tierra, fuente del sustento primario de toda bien llamada sociedad, está
acaparada por cuatro terratenientes, el pueblo tarde o temprano acaba
revelándose contra dicha tiranía.
Si los pobres están hambrientos y los ricos son
orgullosos, el orgullo y el hambre estarán siempre en discordia.
Debido al orden establecido de las cosas y clases sociales,
permitía a los privilegiados cometer rarezas, eran caprichosos a costa de los
no privilegiados. ¡Qué fácil les resultaba la vida, considerando como originalidad
y buen carácter lo que sólo era extravagancia, y ese derecho a ser inútil de
que gozaba esa minoría a costa de la gran masa!
De modo que cuando
la masa se levantó y fueron suprimidas algunas ventajas de los privilegiados de
la buena sociedad, perdieron el color de aquel lujo que resultaba irritante.
Entonces comprendieron que al haber introducido algunas modificaciones en sus vidas,
eran poco felices a su fisonomía moral.
Aquel fatídico
verano del 1.936, siempre se distinguirá de los demás. Creo que a pesar de todo
lo dicho y escrito, nadie sabrá o no se atreverá a decir lo que realmente se vio
trazado en el fondo del destino de España, y que el tiempo y los sucesos han
ocultado. ¿Quién sino será capaz de expresar los escalofríos colectivos que recorrieron
a los españoles y que se transmitieron de los seres vivos a las cosas inertes,
a la tierra y a las casas? ¿De qué manera se podrían describir aquellos
torbellinos que fueron desde el temor mudo animal a la locura colectiva del
suicidio, desde los más bajos instintos sanguinarios y desde el pillaje
disimulado, a los más nobles y santos sacrificios en los que el español se
supera y alcanza por un instante las esferas elevadas de otro mundo donde reinan
jurisprudencias distintas?
Jamás se podrán decir
tales cosas, porque los que las pasamos y salimos con vida salimos atragantados
y los que murieron jamás podrán hablar.
Aquel verano del
1.936, cuando el general Francisco Franco, encabezó el Alzamiento Nacional,
arroyó los sueños de la libertad, conduciéndonos desde el escenario del Derecho
y el Sufragio Universal, al circo de los leones devoradores de mártires. Todo
cuanto sucedió conservaba la justificación a la violencia y al salvajismo
tomado del tesoro espiritual de los siglos pasados.
Toda la dignidad y
el atractivo desapareció radicalmente, hasta el extremo de que aquellos que la
pasamos y experimentamos en nuestras carnes el yugo de la opresión, no podemos
evocarlo en el recuerdo; porque son recuerdos que hieren y desgarran el alma
con el tridente de su interminable pesadilla.
No obstante te
diré que la guerra no me sorprendió ni a mi ni a nadie; No estalló como un
volcán en erupción, sino que fue filtrándose a nuestro alrededor. Algunos se
horrorizaron; pero créeme que fueron
muchos los que se alegraron. Aquella guerra sobrepasó los límites de mi
conciencia: Sin embargo como buen español republicano, me movilicé en
infantería. Allí gane una medalla laureada individual al valor, por rescatar a
veintisiete heridos del campo de batalla, que los moros se habrían encargado de
rematar, dado que no acostumbraban a coger prisioneros, y dos heridas de
metralla que aún conservo para mi estremecimiento restos de ella, una en el
pulmón derecho y justo aquí, en el cráneo, que incluso los días de mucho frío me
la tiento con las yemas de los dedos.
La paz es a menudo
más trágica que la guerra, esta es la opinión de quienes vivimos el periodo
siguiente, teniendo que mendigar un jornal para ganar un cuscurro de pan y unas
cabezas de sardinas arengues.
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