La presumida araña de mi jardín
-“Tenía
en mi jardín una araña enorme, de color negro con rayas amarillas en su abultado abdomen y
largas patas, y el otro día por la mañana, la encontré ofreciendo su danza
nupcial. La llamada de la procreación había llamado a su puerta y los araños
más ejercitados del jardín acudieron prestos para corresponderla. El más
grande y vigoroso de todos ellos, no era
ni una cuarta parte del tamaño de la presumida araña. Y conforme iba
eligiéndolos para su apareamiento y una vez realizado el acto sexual, cuando
los araños habían perdido casi toda su fuerza debido a la extenuación del lance
erótico, hasta el punto de no poder
sostenerse en pie, la enorme araña les aplastaba la cabeza y a continuación los
devoraba. Todos los araños intuían que iban a morir de igual manera; pero era
mayor el deseo de procrear que el de padecer después tan horrendos sacrificios
cual mártires en alas del amor. La araña tenía un apetito sexual
inconmensurable, y un estómago que
parecía no tener límites. Cuando acabó con todos los valientes araños, se puso
a danzar y a dar volteretas de alegría en los flexibles, pero resistentes hilos
de su estrella que había tejido en la penumbra. Estaba muy contenta, porque al
hacer el amor con tantos galanes como se le ofrecieron, estaba segura que
habrían depositado en ella las semillas
de sus mejores virtudes, y que estas
serían transmitidas a su descendencia, olvidando para ello el atroz desenlace
de sus enamorados pretendientes.
Pero la justicia del reino animal, a veces prevalece, pues cuando más contenta aparentaba estar, fue observada por un petirrojo, al cual, debió de llamar poderosamente la atención su hinchado y reluciente vientre, y como todavía no había desayunado, se lanzó sobre ella como catapultado por una especie de resorte.
Luego, lo oí cantar posado en una rama del almendro del jardín. Seguramente, segundos antes, habría regurgitado los restos de la glotona araña para alimentar a sus polluelos, que abriendo ampliamente sus picos, clamaban desesperadamente alimento para su supervivencia. “
Pero la justicia del reino animal, a veces prevalece, pues cuando más contenta aparentaba estar, fue observada por un petirrojo, al cual, debió de llamar poderosamente la atención su hinchado y reluciente vientre, y como todavía no había desayunado, se lanzó sobre ella como catapultado por una especie de resorte.
Luego, lo oí cantar posado en una rama del almendro del jardín. Seguramente, segundos antes, habría regurgitado los restos de la glotona araña para alimentar a sus polluelos, que abriendo ampliamente sus picos, clamaban desesperadamente alimento para su supervivencia. “
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