jueves, 28 de febrero de 2019

La presumida araña de mi jardín





La presumida araña de mi jardín


 

-“Tenía en mi jardín una araña enorme, de color negro con  rayas amarillas en su abultado abdomen y largas patas, y el otro día por la mañana, la encontré ofreciendo su danza nupcial. La llamada de la procreación había llamado a su puerta y los araños más ejercitados del jardín acudieron prestos para corresponderla. El más grande  y vigoroso de todos ellos, no era ni una cuarta parte del tamaño de la presumida araña. Y conforme iba eligiéndolos para su apareamiento y una vez realizado el acto sexual, cuando los araños habían perdido casi toda su fuerza debido a la extenuación del lance erótico,  hasta el punto de no poder sostenerse en pie, la enorme araña les aplastaba la cabeza y a continuación los devoraba. Todos los araños intuían que iban a morir de igual manera; pero era mayor el deseo de procrear que el de padecer después tan horrendos sacrificios cual mártires en alas del amor. La araña tenía un apetito sexual inconmensurable,  y un estómago que parecía no tener límites. Cuando acabó con todos los valientes araños, se puso a danzar y a dar volteretas de alegría en los flexibles, pero resistentes hilos de su estrella que había tejido en la penumbra. Estaba muy contenta, porque al hacer el amor con tantos galanes como se le ofrecieron, estaba segura que habrían depositado en ella  las semillas de sus mejores  virtudes, y que estas serían transmitidas a su descendencia, olvidando para ello el atroz desenlace de sus enamorados pretendientes.



 Pero la justicia del reino animal, a veces prevalece, pues cuando más contenta aparentaba estar,  fue observada por un petirrojo, al cual, debió de llamar poderosamente la atención su hinchado y reluciente vientre, y como todavía no había desayunado, se lanzó sobre ella como catapultado por   una especie de resorte.
 

Luego, lo oí cantar posado en una rama del almendro del jardín. Seguramente,  segundos antes, habría regurgitado los restos de la glotona araña para alimentar a sus polluelos, que abriendo ampliamente sus picos, clamaban desesperadamente alimento para su supervivencia. “

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