sábado, 9 de febrero de 2019

Entre un erial de polvo y grava


Entre un erial de polvo y grava

 


Mi vida transcurre entre un erial de polvo y grava. Fruto del martilleo constante e infernal de tres molinos, cual alazanes al galope sobre un pavimento de granito.

Mil rodillos giran al unísono, chirriando sus ejes cual coro de grillos en la época estival.

Quince cintas transportadoras se deslizan perezosas, a veces resistiéndose a su pesada carga. De ellas, emana un vaho silente, cual ungüento bituminoso cuyo contacto tizna como el hollín.

La herrumbre de sus porosas estructuras rasga la piel como garras de un felino y cuyas heridas se retraen a cicatrizar.

Viendo mis manos ásperas, abiertas por las llagas, uno se da perfectamente cuenta que son el medallero del trabajo diario de un trabajador resignado a su desdichada suerte.

El viento, el sol y la lluvia se alían con los elementos para hacer este trabajo más hostil y abominable, donde sólo un mártir puede aguantar sus duros latigazos.

A este trabajo me enfrento y resisto cual caballo de metal en una batalla diaria, de la cual,  ni gano ni pierdo, partidas de ajedrez en la que siempre quedan en tablas.

Cuando sopla el cierzo, el viento revoca entre las zarandas y el tromel y acaba formando torbellinos que parecen geiseres sulfurosos que se elevan al cielo de forma zigzagueante.

El destino de los hombres es convertirse en polvo. Yo, el polvo lo huelo, lo mastico, lo trago y lo exhalo por los poros de la piel, porque desgraciadamente convivo con él.

Soy un hombre que  se ha adelantado a su destino. Salvo que el Hacedor,  tenga reservado otro más loado para mí.

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