La rosa de la eterna
juventud
Primera parte
-Cuéntanos la historia
abuelo
Para que siga la tradición
De lo ocurrido a su bisabuelo
Siendo de joven pastor.
-Era mi bisabuelo muy joven
Como bien decías, pastor
Toda la tierra que pisaba
Era del mismo señor.
Un señor de la nobleza
Que vivía en un castillo
Convertido en fortaleza.
Rodeado por esbirros
Y por jóvenes doncellas
Que satisfacían sus
caprichos
La sangre de mis venas
Les decía a sus súbditos,
No es como la vuestra,
La mía es celestial
Y pura como la turquesa.
Nunca mejor dicho
Pues heredó unos títulos
Ganados por sus antepasados
Al combatir a los turcos
Del Gran Imperio Otomano.
El que más méritos tuvo
Fue un conde Transilvano,
Siempre a raya los mantuvo,
Y fue más temido que al diablo.
Para llenarles de horror
Hizo mandar un saco con orejas
Al gran sultán invasor;
Pero éste se hacía el
sordo,
Según cuenta la leyenda
Volvía otra vez con su
acción,
Y volvió a mandarle tres
sacos
Con los miembros de rigor,
De los que murieron batallando
Al realizar la invasión.
Ya todos los siguientes,
Fueron empalados sin
compasión
Pinchados por el vientre
Y pudriéndose bajo el sol.
Al ver aquello el enemigo
Corrían de pánico y pavor,
Ni la mente más retorcida
Idearía otro martirio
Con un efecto peor.
Todos aquellos hombres
De cuerpos hercúleos
De rostros feroces,
Guerreros sin piedad,
Temblaban como niños
Ante las escenas atroces
Propias del mismo Satán.
El conde, tuvo cierto
mérito;
Pero aquel viejo gordinflón
Era un ser maléfico
Que actuaba sin rubor.
Hasta le hedía el aliento
A amargo sabor de hiel,
Lo que lo hacía más
violento
Y si cabe… ¡más cruel!
Respaldado por su título
Era vil y humillador,
Su nombre no era cualquiera
¡Delante llevaba un Don!
Le asqueaban las doncellas
Así fuesen un primor,
Y ofreció una recompensa
A quien por aquel alrededor
Encontrara algo de manera
Que su espíritu
engrandeciera
Un caballero con raras
artes
Consiguió llevarle una
flor,
Que custodiaba un gigante
En lo alto del monte Armón.
Con destellos fulgurantes,
Su sabia era amor de Dios.
Más el sacrílego visitante
Su paz reinante truncó.
Para poder conseguirla
Se valió de algunas tretas,
Florecía en una cueva
Cuya entrada era secreta.
Y se hallaba tapada
Con una soberbia piedra,
Labrada con jeroglíficos
En los cuales se explicaba
Incluso la vida Eterna.
Él, no descifró los signos
Sólo deseaba la flor
Y descorrió aquella piedra
Con gran esfuerzo y tesón,
Salvando el primer escollo
Más faltaba otro peor,
Dentro se encontró a un
gigante,
Su paciente cuidador,
Este empuñaba una antorcha
Que derretía su valor,
Más le disparó una flecha
Tan certera que le dio
En medio de su único ojo
Quitándole la visión.
Aquel ojo solo veía bondad
Como Dios mira a todos por
igual.
El gigante desesperado
Rugía como un león.
Después, con otra flecha
Le atravesó el corazón.
Pudo así tranquilamente
Recoger la rosa aquella
Y se la llevó al Señor,
Para cobrar la recompensa.
“nunca nadie después vio,
Tuvo Sagrada respuesta,
¡La tierra se lo tragó!
Cada vez que el señor la
olía
Se quitaba un año presente
De su alborotada vida
Hasta que llegó a los
veinte.
Pretendió incluso un amor
La virilidad le exultaba,
Vio a la hija del leñador
De belleza inusitada,
Prendado dijo: ¡ven
muchacha!
Pero en vez, corrió
asustada.
Sólo amaba a su fiel pastor
Que de besos la colmaba.
No quería lujos, ni
riquezas,
Si así se sentía humillada,
Prefería ser humilde choza
Hecha de troncos y ramas
Y ver a la hija del día
“la aurora de la mañana”
Paseando con su galán
Que es el lucero del alba.
Se encontraba en tal estado
Que se creía el dios Apolo.
Y al sentirse rechazado
Cuál no sería su enojo
Que se le pusieron los ojos
Encendidos y crispados
Igual que un perro rabioso.
Ni Belcebú con su trono
Con el tridente empuñado
Y los cuernos erizados
Produciría tanto espanto
Como el de entonces
desatado
Por el Señor en su
arrebato.
Casi revienta de ira
Y ordenó secuestrarla
En la más espigada torre
Hasta que de idea cambiara.
Al poco se enteró David
Pues él así se llamaba
Y su abuela viéndolo sufrir
Le dio la ayuda que
clamaba.
Abuela -Hay en el páramo
una fuente
Donde trémula su agua
Todo aquel que en ella bebe
Borra las penas amargas.
Si mientras bebes pides un
deseo
Oirás una voz que del cielo
proviene
Y te indicará como
conseguir aquello
Que con más ardor desees.
Se apresuró David
Hasta aquella fuente mágica
Y pudo beber por fin
Dos sorbos entre sus
palmas.
Oyó resonar a cierta
distancia
Una música sonora
Seguida de estas palabras.
¡Oh, hijo del honor!
Tú a quien la gloria
ensalzas,
Desprecia la fatiga,
Encumbra la montaña
Que por difícil que sea el
camino
La recompensa te aguarda.
Coge tu honda David
También tu humilde zurrón,
Que más arriba de mí
Leerás una inscripción
En la Sagrada piedra
redonda
Que un día una cueva tapó,
En ella florecía una rosa
Que un caballero usurpó
Y que el Señor aspiró
Con placentera senectud,
Dado que era la rosa
de la Eterna Juventud
Irreconocible se encuentra
En su aspecto exterior,
Aunque en su interior
muestra
La maldad de su condición.
continuará