Tras el vespertino crepúsculo.
El crepúsculo vespertino cómplice del lobo,
nubla la frente del minero agotado.
Se desperezan las sombras que como látigos
castigan las alas de un viento que perdió su brújula.
Se alza el mortuorio telón
que envuelve la ciudad de asfalto,
poblada de rameras tuberculosas
trazando las simetrías de su común abismo
en el fuego de la gélida noche.
Su arrogancia trafica con el infierno entreabierto
de los sombríos poetas
Donde el ardiente esmalte de sus labios
muestra la usura de unos años
Devorados
por los extravagante aires de grandeza.
La mirada encendida por el horror de los espectros
se amotina en el tenebroso orgullo,
cual corrosiva lapa que se abisma
en los labrados palacios de su alma.
Enamorado tal vez de la daga brutal
que sazona la sangre esclava,
escala el tedioso teatro de la voluptuosidad
invitando a soñar con lo eterno,
después de perder su oro el tenaz jugador
extrae de su conciencia el fanal matutino.
Esponjosos cerebros adormecen
las inquietudes de aulladores exilios
que el pecho encierra, semejantes a los espejos fecundos
que reflejan las gráciles formas de los núbiles cuerpos
hechos de hueso, carne y brocados.
Humeantes orgías dilatan las pupilas del sol,
mientras la aurora susurra enrojecida
su penosa confidencia almizclada con el ángel y el ídolo,
para después coagularse en el gigantesco altar
donde chirría su vivísima alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario