Siempre
habrá algún Quijote
Los continentes, se han fracturado tanto
Que, las placas tectónicas,
Ya no dan más de sí;
Todo se impregna con el aliento fétido del dolor,
¡Como si ya no se hubiese sufrido lo suficiente!
Todos acudimos al funeral de la vida
Debido a su herida profunda.
El cuerpo ya no siente las venas,
Tampoco el cielo,
Porque éste, ha sido emponzoñado
Por el humo provocado
Por las ramas verdes de la miseria.
Todos los suspiros son lanzados hacia el norte,
Creyendo que de ese modo seremos más iguales;
Pero las almas no riman ni congenian
Con los pueblos meridionales,
Aunque intentemos ser camaleones
Para adaptarnos al paisaje que nos rodea.
Los viajes de Ulises, quedaron para la historia,
La estrella del sur, ya no impresiona a los enamorados,
Porque su esencia fue mordida por las fauces de su
cenit.
Dicen que todos somos iguales ante el cielo;
Pero el cielo nos muestra su sol abrasador
Donde sólo sobreviven los centauros.
La mina del negro se agotó,
Sus árboles fueron golpeados
Y el oro de sus ojos quedó fulminado.
La soledad, y lo que
aún es peor,
La indiferencia, se pasea ajena
A los males de un mundo mal repartido,
Por más que los humildes lloren,
Siempre habrá un mar que haga de frontera.
La lluvia se confundió,
Tanto de estación, como de
latitud,
Haciendo la vida miserable.
Creando así un laberinto que no entiende de idiomas,
Mientras, en el norte,
Se sigue metiendo la cabeza en el suelo
Para no ver el horror de su terrible ocaso.
Los brazos ya no abarcan para abrazar al hombre,
Mientras la enfermedad y el hambre
Campan a sus anchas por las sábanas,
Donde el baobab, hace años que no regala pan.
Todo nos queda distante,
Quizá la culpa sea del Mar Nuestro,
Y de los alambres de espinos
Que hacen abortar las esperanzas.
Aunque sigamos teniendo veinte dedos,
Y dos ojos para ver los simples simulacros
De parecer que estamos haciendo algo loable;
Cuando la realidad, es que no vemos
Más que sombras y figuraciones.
Nuestras diferencias son invencibles,
Las cuales, naufragan
En los abismos del mar.
Nos convertimos en jueces y fiscales,
Y al que pide ayuda le damos castigo,
Por culpa de unas leyes que abrasan el sentido
común.
Añoramos el chasquido del látigo en la espalda,
Y la continua reverencia.
Más la historia camina por los campos de la Mancha
Y siempre
habrá algún Quijote,
Que con su lanza, intente aniquilar
A los inquisidores del viento,
Rémora y desgracia de todos nuestros males.
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