El duelo
Carga la pistola el marqués
De únicamente una bala,
En duelo se va a batir
Con otro grande de España.
Se disputan los favores
De una noble y gentil dama
Que pasó de modistilla
De una casa de labranza
A ser una concubina
De un afamado de Almansa.
Especulador y financiero,
Obtenía fuertes ganancias,
Poseía un astillero
En la Tacita de Plata.
Negociaba con especias
De las colonias de Asia,
Y tenía el monopolio
Del comercio de la lana.
Su esposa era condesa
De linaje Trastámara
A la que ponía los cuernos
Con doncellas y criadas.
Aunque nunca se inmutó,
Si lo sabía se callaba,
Padecía fuertes jaquecas
Por tener la menopausia.
Lo suyo eran los
conciertos,
Teatro, ópera, y danza,
Le iban los bastidores
Y por supuesto la cháchara.
En su cincuenta aniversario
Dio una fiesta en su casa,
A ella, acudió Leonor
Pertrechada de esmeraldas.
Contaba ya con influencias
Y estabilidad monetaria,
Los jóvenes hacendados
Disputaban su arrogancia.
Un marqués venido a menos
Aunque con la sangre brava,
Se le agarró a la cintura
Sin intención de soltarla.
El conde lo retó en duelo
Guateándole la cara,
Propio de los caballeros
De la era Victoriana.
El marqués aún recuerda
Las viejas glorias pasadas,
Sus títulos de nobleza
Pasados están por agua.
Llovió tanto sobre ellos
Que quedaron cual piltrafa,
Ahora es un fusilero
Que se ha quedado sin
blanca.
Se cree todo un caballero
Pues aún guarda la añoranza
De aquellos tiempos vividos
En épocas de bonanza.
De ella no quiere su virgo,
Puesto que está desvirgada,
Sólo ansía su fortuna
Y el palacete de Jaca.
De estilo mudéjar
Con el cimborrio de plata.
Las órbitas de sus ojos
Sobresalen de sus caras,
Sus miradas son cortantes
Como filos de navajas.
Las reglas eran muy
claras:
Siete pasos hacia delante
Siempre dando la espalda
Y a la voz de ¡Ya! Disparan.
El marqués erra su tiro,
Su contrincante, no falla,
Y le incrusta el plomo
De un cuarto de pulgada.
Las pretensiones que tuvo
Al segundo desbaratan,
Con un quejido hacia
adentro
De esos que salen del alma,
Se derrumbó el marqués
Y el señorío de España.
Al verse el conde
triunfante
Todo le fue a pata llana,
Enviudó de la condesa
Casi por arte de magia,
El poder de la cicuta
Le alargó aún más las alas.
Se casó con Leonor
De belleza inusitada,
Y amasó tal capital
Que era el amo de la banca.
Leonor, forzaba situaciones
extremas,
El conde, duelo tras duelo libraba,
Hay quien llegó a decir de
Leonor
Que adrede las provocaba.
Más jugó con el azar
Hasta que un día su suerte
Se le batió en retirada,
No llegó ni a disparar
Se le quedó encasquillada.
Leonor, siguió siendo diana
De las pasiones carnales,
En las incandescentes
llamas
De los infiernos
terrenales.
Contrajo una enfermedad
venérea,
Murió sifilítica y
repudiada,
Ya agonizante, y con voz
queda,
Murmuró estas palabras:
¡Para qué tanto poder?
Si cuando la muerte llama,
Da igual ser rico que pobre
Pasamos todos sin entrada.
Nadie de ella se compadeció
Al repicar las campanas,
Aunque eso sí falleció
Envuelta en sedas y alhajas.
***