lunes, 2 de enero de 2023

La perla

 

La perla

 

De niño, solía coger la bicicleta

De mis hermanos mayores;

Y aunque era una auténtica chatarra,

Presumía de ella y paseaba alegre,

Aún cuando con frecuencia,

Se le salía la cadena de los dientes del  plato.

¡Todo un engorro cuando te veías obligado

A colocarla en dichos dientes para poder rodar!

Luego, hice lo mismo con la moto

De pequeña cilindrada;

Con ella, podía circular a cincuenta kilómetros por hora,

Y aquello, me parecía ser todo un milagro de la ingeniería.

¡Incluso te podías matar

Si derrapabas y te salías en alguna curva!

Pero yo, quería más,

Y a alguien se le ocurrió que:

Cambiando el carburador

Por otro de  setenta y cinco centímetros,

Se podía correr hasta el doble.

Me gastaba los ahorros para así presumir

De una máquina que se me antojaba imbatible.

La moto hacía un ruido terrible,

Como una trompeta de una sola nota;

Pero a más ruido, más llamaba la atención,

Aunque tuviese que pagar el alto precio

Que suponía el que se le formase  “la perla”

El motor comenzaba a pedorretear

Hasta que finalmente se paraba,

Y había que limpiar con lija los contactos de la bugía.

Ahora, los que ya no somos jóvenes;

Pero que tampoco nos consideramos viejos,

Nos gusta presumir,

Aunque de vez en cuando,

Sintamos en nuestro corazón que se forma la perla.

Queremos ensalzar nuestras conquistas

Sabiendo que no estamos en condiciones

De rendir con la plenitud de la juventud,

Pues se nos pone la perla,

La que nos hace provocar ruido;

Pero que a la postre,

La maquina se nos acaba parando.

En cierto modo,

La moto trucada, es nuestra vida actual;

Queremos, pero no podemos.

La perla, que se forma con nuestras emociones

Es tan  grande y tan negra,

Que nuestro corazón se llena de hollín,

Porque no sabemos medir nuestras sobreactuaciones.

Somos más ricos que nadie,

Somos más guapos que nadie,

Somos más inteligentes que nadie…

Pero se nos forma la perla,

Sinónimo de desengaño cruel.

Nunca podremos ser lo que un día fuimos,

Pues la apisonadora del tiempo

Aplasta nuestros deseos,

E incapacita para seguir rodando

A una velocidad exagerada.

Ya los pulmones no aguantan,

Los riñones se fatigan,

Y el sudor, cual torrente de lágrimas,

Aparecen como perlas blancas en la piel.

No soportan los grandes esfuerzos,

Pues la intensidad del empuje

Pierde revoluciones y decibelios;

Nuestro motor se vuelve silencioso,

Y ya no es capaz de llamar la atención;

Nadie te admira,

Porque nadie desea montarse

En una moto  medio destartalada y  obsoleta;

Cuyas piezas, en caso de romperse,

 Ya no tienen recambio.

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