La
maldición no fue morir
La vida, en ocasiones,
Luce su camisa de fuerza
Ahogando el destino.
El cálido atardecer del verano
Penetra en el esqueleto de la hoja,
Obligándola a mentir,
Cuando la ficción,
Con sus
ataduras convencionales
Se ve abordada por su realidad.
Y en esa cobardía,
Se presenta una
existencia que muestra sus ruinas
Junto a la amargura de un edén
Roto en mil pedazos.
Se pretende complacer;
Pero la pena ahoga,
Y los ojos lloran sin lágrimas.
El sueño dorado
Se vuelve lúgubre
Haciendo desterrar el alma
Tras tomar la droga que hace alucinar.
El ayer queda liberado
Por estas prácticas de acoso y derribo.
La cicuta sabe a miel
Pues ya estamos pervertidos
Hasta el último centímetro.
La vida se enciende
Con ramas de incertidumbre,
Y la aliaga florida,
Muestra su espina más cruel.
Las alas del arcángel
Se queman en los cielos,
Siendo la belleza un espejismo,
Un sueño lubrico que cae en los abismos;
Lugar donde la rosa azul
Es arrebatada por la nube juguetona,
La cual, se
mueve como un satélite gaseoso
En su ondulado firmamento.
El alma choca
Con la verborrea del hombre ardiente
Y con sus chispas,
Provoca lágrimas
Cayendo hasta el labio.
La voluptuosidad del amor
Perfora a la aurora;
Pero el aliento, sólo produce vaho
Y la pasión, embriaguez.
La existencia, cubre con su manto sombrío,
Todas las ilusiones pertenecientes al pasado,
Pues el futuro, no existe,
Cundo el bárbaro destino
Circunda las aureolas
Del cráneo de las fosas.
La
maldición no fue morir,
Sino vivir pensando en la muerte.
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