Ejea de los Caballeros, Villa Imperial
Entre barrancos horrendos,
Abajo un río que brama,
Curvados puentes de piedra
Salvan su lecho de plata.
La blanca luz de la luna
Pugnaba con la del río Arba.
La de la luna se henchía,
La del Arba eclosionaba,
Pues la luna poco dice,
Ni menos la muerte misma
Que siempre en yermo descansa.
¡Ay, si no zumbara el río!
¡Ay, si no cantara el Arba,
Fin pondría al señorío
De Ejea, noble y gallarda.
El cierzo de brisa fresca
Pasó batiendo sus alas,
Vino de un día de ocaso
Moviendo sus frescas ráfagas.
Un gallo cantó seis veces
Por el Cuco en la alborada,
Al ver a mil caballeros
Delante de sus murallas,
Con alazanes corceles,
Atronadores relinchos
Los aguerridos e hidalgos
Se prestan a la batalla,
El aire estremece y silba
Cuando blanden las espadas.
Santa María en lo alto
Palidecía y temblaba,
Dentro estaba el sarraceno
Tres días duró el asedio,
Tras batalla encarnizada,
El rey Alfonso Primero
La vio a sus pies postrada.
Se oyeron ciertos clamores,
Nadie supo quien gritaba,
Hasta que se dieron cuenta
Porque la perla perdida
En sus sarracenas aguas,
De nuevo estaba en la orilla
Ya para siempre cristiana.
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