RODEADO DE LOBOS
"Gigantes"
"Gigantes"
A
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quel, era un mes de Enero terrible,
gélido, extremo y duro. ¡Vaya día para salir de pesca! Seguramente tendría que
romper la placa de hielo del río, como en tantas otras ocasiones ya había echo
para poder pescar. Pues su aparejo requiere el meterse dentro del agua, y desde
dentro, dirigirse hasta los huecos de las orillas, donde en este tiempo los
peces se refugian.
Tras
caminar cinco leguas, a lo cual ya estaba habituado, Venancio llegó al río. A
esas horas, las diez de la mañana, el sol mostraba su perezoso letargo, el cielo permanecía mortecino, casi gris, y toda
la dehesa lucía todavía su extenso manto de armiño.
Las
capturas eran escasas, dos bogas…, tres colmillos, en cada maniobra envolvente.
A este pasó hoy no voy a llevar pescado ni aún para comprar una hogaza de
pan.-se lamentaba. Por eso decidió el trasladarse río arriba, para ver si tenía
más suerte, en unos meandros que se habían formado en las faldas de la sierra. Tenía claro que hasta que no
reuniese el suficiente pescado, no se iba a ir, de modo que debido a tan
escasas capturas se le echó la noche encima, encontrándose en el dilema de si
volver a casa o no. Y dado que hubiese llegado demasiado tarde para poder
vender el poco pescado que llevaba, decidió hacer noche allí mismo.
Aquella
noche era de traición. Fría y negra como la boca de una cueva. De modo que
decidió hacer un fuego, pues ya los
dedos de la mano, los llevaba que no podía hacer ni un puchero. (Metáfora que
se emplea en Extremadura para decir que no podía unir los dedos) Al amparo de
un fuego de retamas y palos sueltos que encontró, se dispuso a afrontar aquella noche, solamente arropado,
por la gruesa manta oscura que le ofrecía la noche.
Estaría
en el primer sueño, cuando unos aullidos, procedentes de diferentes sitios,
hicieron sobresaltarse, miró a su asno, y este parecía inquieto, haciendo
menciones de cocear. -¿Serán aullidos de lobos?
¡Bah!, seguramente esos aullidos corresponderán a los mastines de los pastores, interpretando su
réquiem a la luna.- se dijo para tranquilizarse.
Los
aullidos martilleaban en su corazón, cada vez se oían más cercanos y por tanto
más nítidos. Ya conocía los aullidos de los mastines, fundamentalmente cuando
es época de celo, para comunicar su posición a las hembras; pero estos aullidos,
eran más agudos y prolongados que los producidos por los mastines. Seguramente
se tratase de “Transeúntes” esos lobos adultos que abandonan sus manadas para
ir a buscar territorios vírgenes y que el frío habría favorecido su
cohesión. Ya había oído antes historias sobre lobos, de los cuales contaban que
son tan agresivos que incluso pueden matarse entre ellos, por lo que se
apresuró para aprovisionarse de una
buena estaca, por si llegado el caso, se
viera en la necesidad de defenderse, o defender al burro, que era lo más probable,
dado que también sabía que a las personas no suelen atacar; pero sí a las
bestias que les acompañan (El lobo es un animal perseguido desde los inicios de
la cristiandad, pues se le considera un animal diabólico.)
De
pronto oyó un chapoteo sobre las aguas del río. Eran lobos, ya no tenía ninguna
duda. Sus ojos rojos centelleaban en medio de
la noche oscura, y a cada chapoteo, parecía como si fueran arrojando las
penas de sus víctimas.
En
pocos segundos se encontró rodeado por diez lobos enfurecidos con su máscara de
horror, mostrando sus agudos y largos
colmillos. En la mano izquierda portaba una improvisada antorcha, en la
derecha la estaca, la antorcha la iba moviendo horizontalmente de forma
intimidante; pero mientras amenazaba a unos, los otros se acercaban a la bestia
intentándole morder el ano, lugar por donde les sacan las tripas. El burro rebuznaba y
coceaba a la vez, los lobos, el que no mordía aullaba, y en ese círculo
vicioso, de tira y afloja se encontraba
cuando uno de los lobos, seguramente el
dominante de la manada, se abalanzó nuevamente contra el ano de la bestia, recibiendo entonces una
soberbia coz, momento éste, en el que
Venancio, aprovechó para rematarle con tres certeros estacazos en mitad de la
cabeza y espalda. El lobo desprendió un
largo aullido lastimero y con los riñones medio arrastrando por el suelo,
decidió abandonar lo que para el habría
supuesto un suculento festín. Pero el verdadero festín, iba acabar
siendo él mismo. Pues el resto de la manada de
lobos corrieron tras él hasta
darle alcance, y cuyo final, aunque no pudo verlo, era de suponer que lo
devoraron, dado que, al día siguiente, por la zona había restos de
pellejos de lobo y una gran mancha de
sangre.
“Hay
una historia que sucedió hace más de setenta años, de un hombre que vivía en
una finca en la Sierra
de San Pedro (al sur de Cáceres) y que acudía
por las pistas y caminos al pueblo más cercano para tomarse unos vinos-
el sujeto era un borrachín, y llegaba cada madrugada borracho al cortijo a
lomos de su burro que, sabiamente, lo conducía a su casa desde el pueblo. Pues
bien, una de esas noches se subió al
asno y éste como cada noche empezó a llevarle a su casa, les salió una manada
de lobos (Hasta hace treinta años había lobos en la Sierra de San Pedro) cuando
a la mañana siguiente lo echaron en falta y fueron a buscarlo, sólo encontraron
las botas del infortunado viejo. Por cierto, el burro salió ileso y llegó a
casa como cada noche.”
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