domingo, 23 de diciembre de 2018

Rodeado de lobos "Gigantes"


RODEADO DE LOBOS

"Gigantes"

 

A

quel, era un mes de Enero terrible, gélido, extremo y duro. ¡Vaya día para salir de pesca! Seguramente tendría que romper la placa de hielo del río, como en tantas otras ocasiones ya había echo para poder pescar. Pues su aparejo requiere el meterse dentro del agua, y desde dentro, dirigirse hasta los huecos de las orillas, donde en este tiempo los peces se refugian.
Tras caminar cinco leguas, a lo cual ya estaba habituado, Venancio llegó al río. A esas horas, las diez de la mañana, el sol mostraba su perezoso letargo, el  cielo permanecía mortecino, casi gris, y toda la dehesa lucía todavía su extenso manto de armiño.
Las capturas eran escasas, dos bogas…, tres colmillos, en cada maniobra envolvente. A este pasó hoy no voy a llevar pescado ni aún para comprar una hogaza de pan.-se lamentaba. Por eso decidió el trasladarse río arriba, para ver si tenía más suerte, en unos meandros que se habían formado en las faldas  de la sierra. Tenía claro que hasta que no reuniese el suficiente pescado, no se iba a ir, de modo que debido a tan escasas capturas se le echó la noche encima, encontrándose en el dilema de si volver a casa o no. Y dado que hubiese llegado demasiado tarde para poder vender el poco pescado que llevaba, decidió hacer noche allí mismo.
Aquella noche era de traición. Fría y negra como la boca de una cueva. De modo que decidió  hacer un fuego, pues ya los dedos de la mano, los llevaba que no podía hacer ni un puchero. (Metáfora que se emplea en Extremadura para decir que no podía unir los dedos) Al amparo de un fuego de retamas y palos sueltos que encontró, se dispuso  a afrontar aquella noche, solamente arropado, por la gruesa manta oscura que le ofrecía la noche.
Estaría en el primer sueño, cuando unos aullidos, procedentes de diferentes sitios, hicieron sobresaltarse, miró a su asno, y este parecía inquieto, haciendo menciones de cocear. -¿Serán aullidos de lobos?  ¡Bah!, seguramente esos aullidos corresponderán a los  mastines de los pastores, interpretando su réquiem a la luna.- se dijo para tranquilizarse.

Los aullidos martilleaban en su corazón, cada vez se oían más cercanos y por tanto más nítidos. Ya conocía los aullidos de los mastines, fundamentalmente cuando es época de celo, para comunicar su posición a las hembras; pero estos aullidos, eran más agudos y prolongados que los producidos por los mastines. Seguramente se tratase de “Transeúntes” esos lobos adultos que abandonan sus manadas para ir a buscar  territorios  vírgenes y que el frío habría favorecido su cohesión. Ya había oído antes historias sobre lobos, de los cuales contaban que son tan agresivos que incluso pueden matarse entre ellos, por lo que se apresuró para aprovisionarse de  una buena estaca, por si llegado el caso,  se viera en la necesidad de defenderse, o defender al burro, que era lo más probable, dado que también sabía que a las personas no suelen atacar; pero sí a las bestias que les acompañan (El lobo es un animal perseguido desde los inicios de la cristiandad, pues se le considera un animal diabólico.)

De pronto oyó un chapoteo sobre las aguas del río. Eran lobos, ya no tenía ninguna duda. Sus ojos rojos centelleaban en medio de  la noche oscura, y a cada chapoteo, parecía como si fueran arrojando las penas de sus víctimas.
En pocos segundos se encontró rodeado por diez lobos enfurecidos con su máscara de horror, mostrando sus agudos y largos  colmillos. En la mano izquierda portaba una improvisada antorcha, en la derecha la estaca, la antorcha la iba moviendo horizontalmente de forma intimidante; pero mientras amenazaba a unos, los otros se acercaban a la bestia intentándole morder el ano, lugar por donde les  sacan las tripas. El burro rebuznaba y coceaba a la vez, los lobos, el que no mordía aullaba, y en ese círculo vicioso, de tira y afloja se  encontraba cuando uno de los lobos, seguramente  el dominante de la manada, se abalanzó nuevamente contra  el ano de la bestia, recibiendo entonces una soberbia coz, momento éste, en el  que Venancio, aprovechó para rematarle con tres certeros estacazos en mitad de la cabeza y espalda. El lobo desprendió un  largo aullido lastimero y con los riñones medio arrastrando por el suelo, decidió abandonar lo que para el habría  supuesto un suculento festín. Pero el verdadero festín, iba acabar siendo él mismo. Pues el resto de la manada de  lobos corrieron tras  él hasta darle alcance, y cuyo final, aunque no pudo verlo, era de suponer que lo devoraron, dado que, al día siguiente, por la zona había restos de pellejos  de lobo y una gran mancha de sangre.


“Hay una historia que sucedió hace más de setenta años, de un hombre que vivía en una finca en la Sierra de San Pedro (al sur de Cáceres) y que acudía  por las pistas y caminos al pueblo más cercano para tomarse unos vinos- el sujeto era un borrachín, y llegaba cada madrugada borracho al cortijo a lomos de su burro que, sabiamente, lo conducía a su casa desde el pueblo. Pues bien, una  de esas noches se subió al asno y éste como cada noche empezó a llevarle a su casa, les salió una manada de lobos (Hasta hace treinta años había lobos en la Sierra de San Pedro) cuando a la mañana siguiente lo echaron en falta y fueron a buscarlo, sólo encontraron las botas del infortunado viejo. Por cierto, el burro salió ileso y llegó a casa como cada noche.”
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