jueves, 20 de diciembre de 2018

Donde nunca amanece


DONDE NUNCA AMANECE


 


 

El umbral de mi puerta subterránea

se consume en la inquietud poblada de ensueños.

La noche primigenia se azafrana con sus ecos expirantes

arrulladores del jardín marchito de mi infancia.

Entre sus aromas pomares surge un sollozo,

acorde con mi crepúsculo estéril

como impávida respuesta

a la flamígera pasión del tirano,

que ansioso, blandea el acero

entre los dedos solemnes de la noche.

Desfallezco como la cárdena amapola en mi terrenal estío

y en mi pecho doliente siento a la bermeja aurora

enredarse al mensajero de mi volátil sueño.

Una franja de sol, cual sierpes amarillas,

palpitan lívidas.  Mientras se extravía un soplo del céfiro

que hurgando en la raíz de los misterios

remueve el polen trémulo que, hincha mis venas

cual velámenes cárdenos,

 produciendo un haz de sombras pálidas.

Oigo a su vez el gorjeo del oscuro mirlo acongojado,

y lloro bajo las sombras del abanico ajado

de las melancólicas palmeras de mi isla solitaria.

Su perlado rocío se adentra

en la selvática red de mi conciencia

desplegando su livor en el clamor desnudo de la adelfa.

La aurora escarlata embriaga los prados

al compás de la música fácil

de los zumbeantes moscardones verdes,

que despliegan sus alas de amaranto

en el éter escarlata

de mi rabiosa primavera,

moldeada de gruesas sombras, de jaspes yertos.

Balbuceo palabras que ahogo en el incienso quemado

de esta desahuciada rivera de mi vida: río cruel, helado,

como un túmulo de acero hundido en las zarzamoras,

donde se adivina la niebla estéril de mi vientre.

Canta un cuco infatigable en su oscuro antro

buscando una secreta dicha,

mientras se desgarra la luz que se deshace

en medio de un furtivo río de jengibre,

que destila hondas tórridas.

En la tierra empapada,

flota el hedor azul de metileno

de mi tarde inmadura, mutilada tal vez,

al compás del alba bermeja

que se desmaya entre la sangre púrpura

que ondea en el cisne dormido del recuerdo.

Mi cuerpo, como un árbol de mármol

espía la música desnuda de los montes lejanos,

sumergidos en su ácida luz

donde yace insepulta la brújula de mis ensueños.

Ese refulgente rubí que derrama hechizos,

y que un día detuvo su fuego en mi pecho durante un instante,

impregnándome con su olor a sexo ceremonial,

cual anestesia otoñal de las caléndulas;

embalsamada como el gorjeo artificial del ave fría.

Fue dulce aquel tóxico etílico que filtró el amor

a través del tejo fúnebre, que vive avergonzado

en mi llanto de poeta, aún joven,

con su red de mármol,

vergel de ramajes ígneos;

 mas cual silente cariátide,

contemplo inmóvil mi sueño de blancura

 ¡Banal vestal enamorada!

Una veta falaz de sol ceremonial

se compadece de este viandante intergaláctico,

con su remoto síndrome de culpabilidad,

solicitando una brizna de vidrioso silencio

y amagando con romper la botella vacía

de mi desencantada ánima,

la cual, enarbola su resaca de sabiduría

en el turbio confín de la ensenada,

desterrándome al harapiento mundo,

donde aspiro a encontrar a alguien

que acongojado por sus herrumbrosas cadenas

derrame salobres lágrimas en las mazmorras de la noche hostil,

con sus ajenjas églogas del oprobio.

Allí, donde nunca amanece,

en sus extramuros de alcohol y achicoria,

resquebrajado por el honor congénito,

fámulo de mi historia,

 fantasma pálido de mi miseria.

* * *

 


 

 

 

 

 

 


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