Mi idolatrada María .Hoy te escribo ante la imposibilidad de hablarte. Quiero
que sepas que, desde aquel día lluvioso en que sin querer súbitamente chocaron
las puntas de nuestros paraguas, quedé fascinado de tus ojos. Nunca el laurel
de los dioses tuvo tanto fulgor. Después de aquel día, has permanecido en mi
mente como una filmina proyectada en la blanca pared. Esa mueca sonriente, ese
¡Oh perdona! Y esa rosa damascena que afloró a tu rostro por un instante, se
han grabado en mi corazón con el perenne fuego del amor.
Los
días van pasando; pero para mí desesperación, lejos de extinguirse ésta brasa
que me abrasa el alma, permanece candente, y diría yo que restalla a cada
latido de mi doliente corazón. Ya sé que para ti a lo mejor aquello fue sólo un encuentro
frugal, mas me invade la desesperación por no verte en persona, y expresarte
todos los sentimientos de que sólo un poeta soñador y viajero del viento como yo,
sería capaz de hacer.
Se
acerca una fecha señalada, cuando los dorados dardos son certeros. Por eso, me
he animado a escribirte y reflejar en un papel, aquello de lo que sin duda
necesitaría de cien vidas para descifrarte todos los dones que sin duda, fruto
del milagro de la fecundación, en ti se han forjado.
¡Qué
ingrato se muestra el amor conmigo! Cuando
sólo un pestañeo tuyo, bastaría para dejarlo todo para ir a tu encuentro. ¡Ojala
mañana salga lluvioso! Pues saldría con mi paraguas negro, y ojala hayas
olvidado el tuyo, y sirva de ese modo el mío para guarecerte. Sé que a tu lado
disfrutaría de cada décima de segundo, pues es tal mi embeleso, que dudo de si alguna
diosa del Olimpo haya sido tan admirada y venerada a la vez, del modo que yo lo
estoy haciendo contigo.
Es
posible que esta carta, sólo sea papel mojado porque ya tengas otro amor. Pero
el amor es libre y nadie podrá impedir que ame a quien deseo, que no es a otra
que a la chica del paraguas con el color del arco iris.
Soy
un náufrago en una isla de oprobio; pero si por alguna casualidad, te dignas a
leer esta carta, sepas ¡Oh, mi virginal María! Que yo siempre permaneceré
adorándote, y cada San Valentín servirá de excusa para recordártelo.
Tuyo
y para siempre: Manuel
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