EL ANCIANO
En la profundidad del bosque,
entre una maraña de soberbia gris
las hojas en invierno se voltean al paso de las aves frías.
En su lecho se respira el aire gélido
que emana de los árboles,
serpientes sin párpados
que danzan
petrificadas sobre un manto de armiño.
La aurora se extingue en las solitarias barrancas
donde el fuego aéreo da las espaldas a la luz
perforándole el corazón con sus agallas negras.
Los ojos se vencen ante el puñal del mediodía
que en forma de torbellino viento
invade el escenario de estambres de caoba.
Salomónicos olivos de múltiples nudos
abrevan sus raíces en la sangre del cisne
que tras su parto de estalagmitas
convierte sus remotos pétalos
en aspas de molinos tremebundos,
aleteando bajo
el mar vidrioso de nuestros pies,
para después de extinguirse
en la exigua madreselva de la vida,
se sumerge en el vacío blanco de la vejez
y muere honrosamente
tras convertir su corazón
en amarillo serrín.
* * *
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