AQUEL
DÍA
Era una mañana de lluvia azul,
fría, sobrecogedora.
El sol deshilachado por el trueno
turbulento
yacía herido por el ventisquero
lenguaje del océano,
desmoronando los capiteles escarlatas
de la aurora.
La rosa de pétalos de arcilla y
estambres aguerridos
navegaba por las arterias fluviales de
la ciudad,
mientras un viento con mano de cilicio
empuñaba el estandarte de brillo
ensangrentado.
Un perro con fauces iracundas
digería el hueso humano de la conciencia.
En tanto que el sol
recogía el carnaval tenebroso de la geografía
recogía el carnaval tenebroso de la geografía
con su guadaña salobre,
degollando minotauros criollos
en la ciudad fermentada por su rocío
de esperma.
* * *
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