Infidelidades en el harén
"segunda parte"
Veladir,
anduvo varios días de aquí para allá,
escondido. Hasta que se decidió por
volver a su humeante y derruida ciudad, y encontrarse con que todos de forma
heroica habían muerto defendiéndola. Pero lejos de desalentarse, al apreciar
todas aquellas atrocidades, le dieron fuerza y valor, para que aunque fuese de
manera solitaria ejercer su venganza en un futuro.
Fueron muchos los días que Veladir vagó por
el desierto. Y un día, claro y caluroso, cuando ya creía que su desdichada
suerte lo había abandonado por completo, y acabaría muriendo de inanición, de
sed o de fatiga, pudo unirse a una caravana, que casualmente pasó a su lado y
que transportaba sedas, perfumes, y
especias, para comerciar con ellas por
diferentes reinos.
Al
jefe de la caravana, llamado Rustassé quizá le dio pena, al comprobar que Veladir era
bastante joven, y como todavía le quedaba un hálito de vida, decidió salvarlo
prestándole toda clase de atenciones que un moribundo necesita para volver a la
consciencia y, en definitiva, a la vida.
Veladir
no tardó en recuperarse, pues una de las
hijas del jefe de la caravana llamada Rasdova, había sido la encargada de
prestarle todas sus delicadas atenciones. De modo que ya totalmente
restablecido, se sintió con ánimos de hablar, de porqué se encontraba allí y
cuál era su auténtica procedencia. Rasdova se quedó muy impresionada por su
historia hasta tal punto que, una ola de compasión invadió su alma; Pero a su
vez, se sintió muy dispuesta en ayudarle en aquello que pudiese estar en su
mano.
Veladir
le tomó la palabra indicándole que en esos momentos lo que más le urgía era
tener un caballo para pode desplazarse de manera autónoma, y alguna espada para
poder ejercitarse en el arte de la lucha; pero siempre indicándole que jamás blandiría
su espada de no ser por una causa noble y justa.
Veladir,
aún guardaba la bolsita de piel curtida de carnero con piedras preciosas que su
padre le entregó antes de que su ciudad fuese arrasada. Por lo que le serviría
como moneda de cambio para obtener tanto el caballo como la espada que
solicitaba.
Rustassé,
le propuso quedarse con ellos hasta que llegaran al reino más próximo llamado
Val-- Arien. Y que una vez en él, ya se
encargaría de proporcionarle los contactos para poder ser adiestrado
debidamente en el arte de la lucha por un maestro de gran fama que procedía del
reino de la Gran Muralla.
Pasaron
varios días en el abrasador mar de
arena pernoctando de noche, oyendo el
continuo restallar de las piedras por el
cambio brusco de temperatura entre el día y la noche y observar con nerviosismo,
el corretear de los negros escorpiones con su agudo aguijón letal sobre sus
espaldas. Pero al atardecer del séptimo
día, cuando el crepúsculo ya extendía sus
alas púrpuras, apareció sobre el horizonte Val-Arien. Desde la loma
donde se encontraban pudieron observar su magnificencia. Al menos veinticuatro
cúpulas doradas, como finas torres en forma de aguja, sobresalían de sus
murallas y demás tejados.
Veladir
en un primer momento se puso muy contento por encontrarse cerca de la
civilización; pero segundos después, una ola de melancolía invadió su alma,
quizá porque aquella magnífica ciudad le recordaba a la suya. La que le vio
nacer, crecer, y hasta
casi morir.
Sus
últimos pensamientos se estancaron en el momento en que su rey padre, le dijo
alarmado que tratara de huir ante la inminente entrada en la ciudad de las tropas comandadas por Mustafá apodado el
Terrible, el cual montado en un caballo negro
como una cueva oscura, escupía fuego por los caños de sus narices y sus
ojos centelleaban con el fulgor de cien relámpagos.
Luego
era el mismo Mustafá, quien para Veladir, ocupaba el centro de la diana de su
futura venganza.
Cuando
acudió a las primeras clases de lucha, el maestro Chuan –Yu- Guan, ya advirtió
en aquel joven, que tenía dotes para poder culminar su éxito; pero debido a su
excesivo ímpetu, le advirtió que dicho ímpetu debía controlarlo. De lo
contrario, podría pasarle como a la rama y la mano, que o bien podría la mano
romper por medio la rama, o por el contrario, sería la misma rama quien podría
devolverle el golpe y fracturarse la mano. Que la excesiva ira no es buena
consejera, y que siempre debía aprovecharse de la fuerza de su contrincante,
antes de malgastar la suya propia.
Veladir,
estuvo durante seis años ininterrumpidos practicando dichas artes. Hasta que
llegó un momento en el que su círculo de aprendizaje quedó totalmente
cerrado. Y una mañana, cuando aún
brillaba la luna, montado en su caballo, decidió abandonar Vel- Arien, para
buscar el sultanato donde provenía Mustafá. Para Veladir, el rey de todos los
horrores...continuará.
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