I
Manuel, quisiera olvidar que,
tú fuiste el primero y el único.
Quisiera enterrar el vuelo del níveo albatros
hasta ceñir el mundo con su temblor divino.
Estoy rodeada de tétricos silencios
donde se pierde el coral del crepúsculo.
Un hilo de vacío embriaga esta ribera
donde me hallo rodeada de toros con ojos de fuego
y edificios cual torres de Babel,
que desde aquí parecen arañar el cielo.
El pálido topacio que se resiste a morir
hundido en la cordillera de arreboles
donde se despeña el dorado cereal
y donde los chacales
con su poderoso metal de muerte
erosionan mi frágil fortaleza,
laureles que se desgarran
en las desdichas de sus redes de mármol.
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