Cuando
yo no existía
III
Miro tus ojos y renace el día,
Me recojo en tus brazos de bronce
Y ante esa realidad, un temblor telúrico
Trajo consigo un invierno prematuro,
Donde las acículas
del ciprés
Pretendían sostener tu mundo junto al mío.
Mis mejillas encarnadas se irrigaban de sangre
Y desbordaban al acariciar tus sedosos cabellos,
Cual marinero que toma las crestas de las olas
Como si fuesen las suntuosas faldas de una sirena
Iluminando de súbito el otoño que se acerca
Cortando de golpe el equilibrio
Entre el porvenir lejano del alma
Con el beso de rapiña ofrecido ante la sepultura.
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