Vivimos
en una constante cacería
Vivimos en
una constante cacería:
Cacería de amores, de cadenas,
De sitios malditos con bocas abiertas;
Por cazar incluso se caza
Hasta las estrellas del infinito;
Y si nunca se extinguieran nuestras vidas
No habría universo
Donde nuestras apetencias cupieran.
Podemos cambiar de pluma o de pelo;
Pero lo que nunca ha de cambiar
Es nuestro instinto de perro.
Somos navegantes;
Pero nunca encontraremos nuestro puerto ideal,
Pues al igual que el tahúr,
Prisionero del juego,
Todo lo ganado parecerá poco.
El pájaro era libre
Hasta que chocó con la valla,
O en el cable de alta tensión.
De tal modo que,
Tanto el hombre como los pájaros
Tenemos el mismo destino.
¡Chocar hasta destrozarnos!
Pues el infierno no tiene conciencia,
Y el fuego de la esperanza,
Si es alimentado con leña verde
Lo único que provoca es humo,
Que por irritación, hace llorar los ojos.
¡Bienvenido seas perro cazador
De virtudes y de sueños!
¡La mamba negra, ha mudado su piel;
Sin embargo, su veneno es igual de letal!
En la lejanía se divisan las luces de una vida,
Vida que, tarde o temprano,
Chocará con el
hilo invisible
Camuflado a treinta metros del suelo.
¡Pero hasta cuando seguiremos siendo unas gotas
Que abastecen a un océano de lágrimas!
La existencia es un plato que se sirve caliente;
Pero servido por unas manos de hielo,
Haciéndonos morir
ahogados
En mitad de un océano de miedo.
Se persigue
al hombre que tropieza
Sin reparar en que,
Vamos derechos a la misma trampa.
¡Y caemos! ¡Todos caemos!
Tanto los de aguda vista,
Como aquel que nació ciego.
Más vale que entreguéis vuestra alma
Porque el hombre está de caza,
Y sólo se consolará cuando vea mortajas
Y lucientes cadenas.
Ante este panorama,
Decidimos nuestro último viaje,
Donde las lágrimas no cuentan;
Sólo cuenta un corazón hecho trizas
Como una sandía sangrienta
Aplastada por el vil martillo.
¡Adiós pues,
vecino cazador,
Ya no tendrás que cazarme!
Porque voluntariamente
Soy yo, quien va en tu busca.