Lágrimas de Proserpina
Se ha puesto tan triste el cielo
Por
su muerte repentina,
Que
la lluvia son las lágrimas
De
la diosa Proserpina.
El
ataúd como el plomo,
El
camino, río de fango,
Donde
se nos hunde el pie
Dejando
impronta, sellando,
Un
camino soñoliento,
Un
quejido en el espacio,
Nubes
grises que transitan
Por
pesadumbres y espasmos.
El
enraizado ciprés
Lento
socaba el tránsito,
Engendro
de olivos dulces
Y
el ajenjo más amargo.
A
la luz de los vapores
Del arqueado meandro,
Se
engendran nuestras pasiones
Y
se ahogan nuestros pasos.
Resuena
el picoteo de buitres
Que
marchan pajareando,
Desde
el rosal de la espina
Hasta
el orgulloso cardo.
En
medio de la agonía
Que
gravita en fresco nardo,
Zigzaguea
nuestra vida
En
medio de un vuelo errático.
Un
veneno antes robado
Del
salitre del sudor
Que
hasta el trigo de los campos
Atraviesa
el corazón.
Somos
liquen del tormento
Forjado
en la piedra viva.
El
mismo día que nacemos
Hasta
morir de fatiga.
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