La lagartija milagrosa
Relato
Muchos
niños lo han intentado. Cortarle la cola
a una lagartija para ver cómo le vuelve a crecer. Pues la asombrosa capacidad
de regeneración que tienen estos animales también hoy día intriga a la ciencia, ya que éste animal,
cuando es apresado por un depredador, puede desprenderse espontáneamente la
cola y luego hacerla crecer de nuevo. “Y al seguir la receta genética que
encontramos en la lagartija, y luego emplear esos mismos genes en células
humanas, podría ser posible regenerar nuevos cartílagos, músculos e incluso
médula espinal en el futuro”
Pero hubo un tiempo, ya para muchos lejano, cuando
la ignorancia brillaba por doquier, ocurrió la siguiente historia que por su singularidad,
voy a relataros:
Un
buen día, soleado para más señas, un agricultor del pequeño pueblo de Sofuentes, se tropezó con una lagartija que tenía dos
colas, tomando apaciblemente el sol en lo alto de una piedra arenisca. El
hombre en cuestión, nunca había visto dicha rareza en el reino animal, de modo
que decidió cogerla, pensando que quizá aquel animal, Dios lo había puesto en
su camino, para realizar con él algún
tipo de presagio.
El
hombre, en una mezcla de asombro y también de temor, decidió el ir a enseñársela al
cura de Sádaba, un pueblo perteneciente
a las “Cinco Villas”
Ya
delante del cura, éste interpretó que Dios,
había enviado dicha lagartija, como un presagio Divino, y que
seguramente se podría sacar provecho de aquel animal. Y después de meditar de para
qué les podría servir, se le ocurrió que, quizá aquel animal podría adivinar cuál
sería el número del gordo de la Lotería del próximo
sorteo de la lotería de Navidad. Pues le
entró la vena materialista, y que mejor manera podría haber que les tocase el premio gordo, para así, con abundante dinero, poder hacer frente a
las mejoras estructurales de la iglesia de San Miguel, o simplemente para emplearlo en obras de
caridad con los más desfavorecidos.
La
lagartija, fue sacada a un descampado donde abundaba la arena. La soltaron y según
las marcas dejadas en la arena, el cura iba copiando los números hasta formar
el número añorado.
Llegó
el tan ansiado sorteo de Navidad; pero para su
frustración, el número que salió no se le parecía ni en lo más remoto al
número que el cura escribió y que fue encargado de ex profeso para que les tocase.
Asestado el golpe, el cura se excusó en que la culpa, no había sido de la
lagartija milagrosa de dos colas, sino que en su ofuscación, la culpa había sido de
él por no haber sabido interpretar con
exactitud, los números que sabiamente la lagartija con sus dos colas le había
dibujado en la arena.
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