El álamo
Un aquilón de olvido impregna al álamo.
Los despojaron de su cetro y con él, el fulgor de la ribera.
Algún desaprensivo mutiló su añoso tronco al prenderle fuego, quizá para robarle al sol un áureo rayo.
Su copa ya marchita muestra jirones, y sus nódulas ramas, tornan a pétreos tizones azabaches.
Se tiñen mis manos al tocarlo y tremulan al compás de su lira abrasada.
Sus únicos acordes son gemidos desgarrados que, ingrávidos, levitan a su alrededor.
Mis ojos licuados por salobres lágrimas, hacen comparsa a su dolor mártir.
Un arrebol del cielo eclipsa el sol, y en esos momentos, llora conmigo.
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