Me encontraba en España, y alrededor de una apacible hoguera,
danzaba para ti a la luz de la argentada luna,
mientras varias
docenas de gitanos cíngaros tañían dulcemente sus guitarras y
cascabeles. Yo era la diosa del fuego, decían con sus canciones,
mientras tus ojos asombrados
por tanta belleza y magnificencia,
repetías una y otra vez lo mucho que me
querías. Y danzando,
me encontraba en un estado tan espiritual, que una legión
de alados
ángeles se apareció de
improviso y comenzaron a sobrevolar en
círculos sobre nosotros, desparramando
en cada aleteo varias
de
sus nacaradas plumas, que al tocar tierra se convertían en
enrollados
pergaminos celestiales. Para mi sorpresa, cada
pergamino contenía una canción
que tú luego pasabas a partitura
para mí. Tú eras feliz, y yo también. Y en aquel círculo
embriagado de entusiasmo,
palpitaban nuestros agradecidos
corazones, los cuales daban cobijo en sus
doradas cavernas a
cientos de mariposas multicolores que danzaban para nosotros,
produciendo con sus aleteos tal embrujado céfiro, que recorría
aquellos mágicos
alrededores impregnándolo de infinita paz.
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