sábado, 4 de mayo de 2019

Bajo el sauce blanco "obra de arte y de ensayo"


BAJO EL SAUCE BLANCO

 


En esta soledad de relámpagos, sueño por tu ausencia infinita, y lloro como un niño de pecho a la sombra de este sauce blanco, donde tuve el privilegio de saborear tus amorosos besos. Mientras un petirrojo, con su refulgente gema, posado en alguna de sus colgantes ramas, hendía el aire con sus prolongados trinos, extendiéndolos hasta los confines del bosque, componiendo quizá, una oda al sol del mediodía con sus doradas flechas.
Los sueños resucitan energía, y hoy puedo ver volar sobre los nimbos los hilos deslumbrantes de la vida. En esta soledad los verdes iris de la esperanza, me hablan y me miran, dando un poco de almíbar a mis ojos, cegados de llorar día tras día.
En esta soledad siento el misterio que se esconde fugaz tras las retinas, y puedo comprender en un remanso, la feble ingravidez de la agonía. Porque sigue vivo tu recuerdo virgen, así lo expresa hoy la suave brisa, que trastoca el peinado de mis sienes  ya níveas por un rocío de fatigas.
 La fragancia de poleos y tamarindos, que con fuerza germinan en la orilla, de este río inacabado de misterios, se semejan a los suspiros que emanaban tus  caricias.
En esta soledad pruebo el veneno de la amarga verdad de la mentira. Más recupero el goce del instante cuando embarco en el vapor de tu  teología. Entonces no hay tristeza que la piel me tizne,  ni dolor que en mis entrañas viva, pues en esta soledad, bálsamo idílico, cicatrizan y se curan mis heridas.
Yerta mi alma en la ventana oscura, donde las nubes preñadas descargan poesía, y los cristales trinan como pájaros para adorar al dios de la armonía. Sintiendo desprenderme desde el cielo, en gotas frágiles de vida y fantasía, sin saber si seré savia de sauce o solamente torrente de agua tibia.
Yerta mi alma  en la ventana oscura, mientras los ruidos braman, preconizan, la barbarie exotérica de un mundo fundido a golpes de  conciencia mística. Sintiendo desprenderme desde el cielo con una carga importante de energía, que algún día,  será jardín florido, o simplemente un mar de naderías.
Yerta mi alma en la ventana oscura mientras rayos y truenos alucinan. Feliz y libre por sentirme tan pequeño ante el inmenso mundo que hoy me espía.

Sentado sobre estos frescos tréboles, hoy busco con afán uno portador de tiernas risas, mas no lo hallo, hoy son todos iguales para mí, quizá contagiados por la bruma melancólica que me envuelven  y exhalan  mis desdichas. Ante ellas, no cabe revelarse por la magna impotencia que mi alma experimenta.
Tu recuerdo Claudia, es  como un espíritu inmaterial que deambula  por mi cerebro y nadie será capaz de arrancármelo, porque es un apéndice personal que siempre me acompaña. Grito tu nombre ¡Claudia! Y el eco lo repite diez veces. Curiosamente diez veces son las que estuve contigo disfrutando de la dicha más placentera. Parece ser que el destino nos niega aquello que con más ardor se desea.
¡Claudia! Sólo invocando tu nombre me desahogo, mas luego todo queda silente, mudo, muerto ante tu sueño ingrávido, percibiendo los fuertes latidos de mi propio corazón. Estrecho entonces tu fotografía contra mi pecho doliente y sólo así parece apaciguarse.
¡Claudia! ¿Dónde estás? Dejando tus raíces en mi cuerpo cual barbecho, sin poder siquiera hablar contigo por teléfono, dado que tu casa es el mundo entero, y el mundo es demasiado extenso para mí.

Hoy el petirrojo no canta, tan sólo se limita a ingerir su ración diaria de insectos. Hasta la abubilla mantiene sellada su cresta, como sellado estará nuestro epitafio en el sagrado libro del amor.
Por mi vida pasaste como una estrella fugaz ante la persistente llamada de la aurora. Recuerdo que contuve mis instintos para lanzarlos después a la deriva, y riendo de la fe del trotamundos me adentré en mil caminos sin salida.
Aquella insensatez era cordura y cuerdo en la locura me veía. La risa del histrión heló mi sangre y atenazó en  un  rincón mis fantasías.
Tus besos eran  el bastión donde  apoyaba para poder resistir esta amarga soledad,  la cual me despoja de todo lo superfluo que es casi todo. Me refugio en la capa alada de la esperanza y espero paciente a que te canses de ser la reina del mundo, para convertirte un día sólo en mi reina. Para poder pasar las horas contemplando tu belleza infinita y ofrecerte así el altar sagrado de la felicidad empírica, que hasta ahora me esta siendo vetada tan sólo por un puñado de metal amarillo con los que  sólo pueden comprarse bienes terrenales, al fin y al  cabo efímeros.
Los metales luminosos del sol son gratuitos y eternos.
Las aguas límpidas del río plateados espejos.
No hay collar de perlas que irradien mayor fulgor que los zafiros de la cúpula del firmamento.
No hay trovador, ni orquesta sinfónica, capaz de igualar el sublime gorjeo de los pájaros anunciando la alegría del alba.
Ni ovación más efusiva que la que pueda ofrecernos el coro de flores en la primavera.
Las sombras son un haz de ojos azules que ante olivos y nardos aletean. Bajan de prisa como cae el rayo y se marchan después con prisa lenta. Tan grises me parecen, tan recuerdos ¡qué hoy quisiera mandarlos a la mierda! Pero he de dormir con su reproche, es un delirio más otra quimera. No he de pedir perdón pues el martirio es saber acabar con la condena. Nadie tubo la culpa era del viento y el viento la llevó tan lejos cerca que hasta puedo abarcarla entre mis sueños como ayer la abrazaba entre la hierba.
¡Qué rencor me tortura en esas noches contra ese dios que la llevó a la fuerza! Y que miseria me roe en esos días en que quiero vivir y pienso en ella. El mundo multitud me abre los ojos, mas mi mirada añil nunca la encuentra.
Las sombras son un haz  de ojos azules que en el cielo se pierden y se estrellan. Cuando debo llorar y me resisto oigo esa música mitad melosa y tierna. Son los pasos de un baile que hace tiempo llenaron mi existir de primaveras. Agrandaron las orbes de mi mundo y avivaron la luz de mis estrellas. Tuvieron el poder de enamorarme y llenarme de mágicos poemas.

Pero triste pesar, era el viento, y el viento se la llevó sin darme cuenta. ¡Qué funesta la fe sin esperanza¡ ¡Sin sus  besos la paz que maquiavélica! ¡Y qué triste el futuro sin los ojos que con su luz creaban causas nuevas!
EL tiempo es como el cuervo que agorero entre las horas del reloj acecha, que de olivo en olivo quiebra nardos y que de nardo en nardo pajarea.
Trae las sombras con rapidez de rayo y ya nunca jamás llama  a la puerta. La niebla es ese haz de ojos azules que vacío sin nombre deletrea, todo lo escrito en el crisol del alma y que no  se han de borrar aunque quisieras.
 
 
 
 
 

 

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