BAJO EL SAUCE BLANCO
En esta soledad de relámpagos, sueño
por tu ausencia infinita, y lloro como un niño de pecho a la sombra de este
sauce blanco, donde tuve el privilegio de saborear tus amorosos besos. Mientras
un petirrojo, con su refulgente gema, posado en alguna de sus colgantes ramas,
hendía el aire con sus prolongados trinos, extendiéndolos hasta los confines
del bosque, componiendo quizá, una oda al sol del mediodía con sus doradas
flechas.
Los sueños resucitan energía, y hoy
puedo ver volar sobre los nimbos los hilos deslumbrantes de la vida. En esta
soledad los verdes iris de la esperanza, me hablan y me miran, dando un poco de
almíbar a mis ojos, cegados de llorar día tras día.
En esta soledad siento el misterio
que se esconde fugaz tras las retinas, y puedo comprender en un remanso, la
feble ingravidez de la agonía. Porque sigue vivo tu recuerdo virgen, así lo
expresa hoy la suave brisa, que trastoca el peinado de mis sienes ya níveas por un rocío de fatigas.
La fragancia de poleos y tamarindos, que con
fuerza germinan en la orilla, de este río inacabado de misterios, se semejan a
los suspiros que emanaban tus caricias.
En esta soledad pruebo el veneno de
la amarga verdad de la mentira. Más recupero el goce del instante cuando
embarco en el vapor de tu teología.
Entonces no hay tristeza que la piel me tizne,
ni dolor que en mis entrañas viva, pues en esta soledad, bálsamo
idílico, cicatrizan y se curan mis heridas.
Yerta mi alma en la ventana oscura,
donde las nubes preñadas descargan poesía, y los cristales trinan como pájaros
para adorar al dios de la armonía. Sintiendo desprenderme desde el cielo, en
gotas frágiles de vida y fantasía, sin saber si seré savia de sauce o solamente
torrente de agua tibia.
Yerta mi alma en la ventana oscura, mientras los ruidos
braman, preconizan, la barbarie exotérica de un mundo fundido a golpes de conciencia mística. Sintiendo desprenderme
desde el cielo con una carga importante de energía, que algún día, será jardín florido, o simplemente un mar de
naderías.
Yerta mi alma en la ventana oscura
mientras rayos y truenos alucinan. Feliz y libre por sentirme tan pequeño ante
el inmenso mundo que hoy me espía.
Sentado sobre estos frescos tréboles,
hoy busco con afán uno portador de tiernas risas, mas no lo hallo, hoy son
todos iguales para mí, quizá contagiados por la bruma melancólica que me
envuelven y exhalan mis desdichas. Ante ellas, no cabe revelarse
por la magna impotencia que mi alma experimenta.
Tu recuerdo Claudia, es como un espíritu inmaterial que deambula por mi cerebro y nadie será capaz de
arrancármelo, porque es un apéndice personal que siempre me acompaña. Grito tu
nombre ¡Claudia! Y el eco lo repite diez veces. Curiosamente diez veces son las
que estuve contigo disfrutando de la dicha más placentera. Parece ser que el
destino nos niega aquello que con más ardor se desea.
¡Claudia! Sólo invocando tu nombre me
desahogo, mas luego todo queda silente, mudo, muerto ante tu sueño ingrávido,
percibiendo los fuertes latidos de mi propio corazón. Estrecho entonces tu
fotografía contra mi pecho doliente y sólo así parece apaciguarse.
¡Claudia! ¿Dónde estás? Dejando tus
raíces en mi cuerpo cual barbecho, sin poder siquiera hablar contigo por
teléfono, dado que tu casa es el mundo entero, y el mundo es demasiado extenso
para mí.
Hoy el petirrojo no canta, tan sólo
se limita a ingerir su ración diaria de insectos. Hasta la abubilla mantiene
sellada su cresta, como sellado estará nuestro epitafio en el sagrado libro del
amor.
Por mi vida pasaste como una estrella
fugaz ante la persistente llamada de la aurora. Recuerdo que contuve mis
instintos para lanzarlos después a la deriva, y riendo de la fe del trotamundos
me adentré en mil caminos sin salida.
Aquella insensatez era cordura y
cuerdo en la locura me veía. La risa del histrión heló mi sangre y atenazó
en un rincón mis fantasías.
Tus besos eran el bastión donde apoyaba para poder resistir esta amarga
soledad, la cual me despoja de todo lo
superfluo que es casi todo. Me refugio en la capa alada de la esperanza y
espero paciente a que te canses de ser la reina del mundo, para convertirte un
día sólo en mi reina. Para poder pasar las horas contemplando tu belleza
infinita y ofrecerte así el altar sagrado de la felicidad empírica, que hasta
ahora me esta siendo vetada tan sólo por un puñado de metal amarillo con los
que sólo pueden comprarse bienes terrenales,
al fin y al cabo efímeros.
Los metales luminosos del sol son
gratuitos y eternos.
Las aguas límpidas del río plateados
espejos.
No hay collar de perlas que irradien
mayor fulgor que los zafiros de la cúpula del firmamento.
No hay trovador, ni orquesta
sinfónica, capaz de igualar el sublime gorjeo de los pájaros anunciando la
alegría del alba.
Ni ovación más efusiva que la que
pueda ofrecernos el coro de flores en la primavera.
Las sombras son un haz de ojos azules
que ante olivos y nardos aletean. Bajan de prisa como cae el rayo y se marchan
después con prisa lenta. Tan grises me parecen, tan recuerdos ¡qué hoy quisiera
mandarlos a la mierda! Pero he de dormir con su reproche, es un delirio más
otra quimera. No he de pedir perdón pues el martirio es saber acabar con la
condena. Nadie tubo la culpa era del viento y el viento la llevó tan lejos
cerca que hasta puedo abarcarla entre mis sueños como ayer la abrazaba entre la
hierba.
¡Qué rencor me tortura en esas noches
contra ese dios que la llevó a la fuerza! Y que miseria me roe en esos días en
que quiero vivir y pienso en ella. El mundo multitud me abre los ojos, mas mi
mirada añil nunca la encuentra.
Las sombras son un haz de ojos azules que en el cielo se pierden y
se estrellan. Cuando debo llorar y me resisto oigo esa música mitad melosa y
tierna. Son los pasos de un baile que hace tiempo llenaron mi existir de
primaveras. Agrandaron las orbes de mi mundo y avivaron la luz de mis
estrellas. Tuvieron el poder de enamorarme y llenarme de mágicos poemas.
Pero triste pesar, era el viento, y
el viento se la llevó sin darme cuenta. ¡Qué funesta la fe sin esperanza¡ ¡Sin
sus besos la paz que maquiavélica! ¡Y
qué triste el futuro sin los ojos que con su luz creaban causas nuevas!
EL tiempo es como el cuervo que
agorero entre las horas del reloj acecha, que de olivo en olivo quiebra nardos
y que de nardo en nardo pajarea.
Trae las sombras con rapidez de rayo
y ya nunca jamás llama a la puerta. La
niebla es ese haz de ojos azules que vacío sin nombre deletrea, todo lo escrito
en el crisol del alma y que no se han de
borrar aunque quisieras.
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