Caminando por la ciudad sin nombre
Caminando
por la ciudad sin nombre,
Me abro al mundo con su cemento;
Respiro cemento, soy cemento, exhalo cemento.
Siento escalofríos al pensar que quizá,
Algún día sea tan duro de corazón como el cemento;
Ello, impediría verte.
El viento agita los recuerdos
Que sólo sirven para avivar las llamas provocadas
Por el incendio de mi barco.
El polvo del cemento se ha metido ya en la carne
Y como un fantasma te miro y abrazo;
Pero tú, no puedes sentirme;
Mi encofrado se hunde en los abismos
De calles estrechas por donde paseas tu silueta
de cera.
Mis alas de murciélago
No pueden atravesar los enrejados de tus paredes;
Es posible que hayas oído algún murmullo etéreo
Y todo lo achaques al sonido del viento
Que sopla con dejadez
melancólica;
Como la hoja muerta recién desprendida del platanero;
Pero soy yo. Soy la estatua que se yergue inmóvil
En la plazuela del parque,
Pensando que tú, estás
mirándome atraída por mi sombra.
Esa sensación es claustrofóbica,
Contaminada por el repelente vómito de los coches.
Vivo; pero no puedo tocarte,
Mis ojos son como cantos rodados
Pulidos por la inercia de la
muerte.
La voluptuosidad del espectro
Convulsiona mi alma con sus tranquilas olas.
Lloro extasiado con una angustia sombría
Que humedece
mis labios bajo el cielo
Encapotado por la neblina gris.
Las anclas marineras echan raíces y esculpen
edificios
Donde los grajos acomodan sus nidos en los balcones
Dolorosamente vulnerables a su caprichoso instinto,
Y que con sus alas negras, a la muerte cautiva.
El reloj de sol quedó mudo,
Oxidado por la sombra de su sencillo engranaje.
Me rebelo ante los aullidos de un viento
Que idealiza la desesperación de un náufrago,
Cuya última brazada, sirvió para alcanzar la ciudad
Dándole la bienvenida con guirnaldas de asfalto,
Lentejuelas de vidrio, fuegos de artificio,
Y... cemento para tapar un millón de bocas.