Meditaciones
proscritas
II
Las nubes tiemblan ante los luceros
Aquí, en el valle de la muerte;
El reloj detiene sus inquietas agujas
Apagadas por el fluir constante de las lágrimas.
El laberinto oscuro sepulta
La luminosidad del sueño,
Haciéndolo pedacitos pequeños
Con sus alas temblorosas;
Cualquiera podría decir que muero de hambre,
Y en cierto modo, el meditar me da hambre,
Aunque no acierto en cuál es la migaja
Llena de suntuosidad que me acerque a ti.
La tragedia vuela en la altura
Y la avispa de fuego apaga la vida,
La cual, mitiga el cauce del río
Que arrastra la sangre de nuestro corazón;
Más el párpado
durmiente te lleva a la orilla
Hasta impedir
ver la luz del mediodía.
La piedra del zapato produjo herida;
Pero no me la quito por temor a ir descalzo;
Pues quizá esa piedra es la de David,
Que aunque sea pequeña, es con la que venció a
Goliat.
La arrogancia tropieza con la conciencia,
Y la conciencia, con la indiferencia.
Los muertos estamos olvidados
Pues sólo recordamos la negrura de su luz.
El fuego de su presencia se refleja en la tierra
Con las azuladas venas del relámpago,
Para cortar el paisaje con sus finas aristas.
La tierra muestra sus flores proscritas con su
fuente negra,
Cuya temperatura rompe los termómetros,
Sin la protección del agujero azul del cielo.
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