Al
calor del fuego
Al calor de la estufa,
Mientras se consume la leña de cerezo,
Afloran a la
mente los recuerdos
Como aves
viajeras
Desafiando a las nubes del invierno.
Percibo los sonoros chasquidos
Como tambores lejanos,
Quizá, de advertencia,
De que al igual que las brasas
La vida se consume.
Sin embargo, esos recuerdos
Trepan como vigorosas enredaderas
Por la osamenta de árbol añoso,
Que se resiste a ser olvidado.
Muchas hojas ya se desprendieron
Y cada hoja, es una anécdota,
Unas, con sucesos agradables, otras, de dolor;
Más cuando su crepitar se apacigua
Y el calor caldea el ambiente,
Llega el relax sublime
Que toda mente melancólica desea.
Pienso que nada es más gratificante
Que una vieja estufa encendida
Cuando el tiempo es frío;
Lo agradecen los huesos y el alma.
Entonces, deseas compartir esta experiencia
Remontándonos a la era troglodita,
Cuando quisieron reflejar esos momentos
Pintando con hollín las paredes de la cueva
Para perpetuar la impronta de sus manos.
Posiblemente iguales que las nuestras,
Aunque tocaran cosas diferentes,
Vivieran sucesos
diferentes,
Y sus vestimentas fuesen diferentes;
Aunque en definitiva,
Ellos también agradecían
Ese gratificante relax,
Que le ofrecía la milagrosa hoguera
Asentada sobre el círculo de piedras.
La hoguera se apaga;
Pero avivo el fuego con nuevas ramas,
Pues convencido estoy
De que hay que mantener la llama,
Porque hacer un nuevo fuego cuesta,
Y más si cabe si las ramas
Aún contienen algo de savia;
La cual produce humo
Que hace llorar al escocer los ojos;
Y el hombre no quiere llorar,
No debe hacerlo si se considera un hombre;
Aunque en realidad,
Un hombre que no llora
Es como la brasa que se consume lentamente
Hasta convertirse en ceniza,
Una ceniza que el viento arrastrará,
Pareciendo como si nada hubiese existido.
Todo fue un sueño,
Todo fue fruto de una alucinación.
¡Y es que no somos nada
Si no avivamos nuestros recuerdos,
Aunque sea con unas simples ramas de cerezo!