domingo, 9 de junio de 2019

Diario de un fantasma


Diario de un fantasma

 


En este caserón medio derruido

Por las inclemencias del tiempo,

Me paso las horas muertas

Ahogándome en mí tedio.

Pero antes, mucho antes;

Allá sobre el mil seiscientos,

Esto estaba rebosante

De embrujos y de misterios.

Cuando se levantó la posada

Yo era Marqués de Vallecerrato;

Y cambié la capa y espada

Por levita y pistola de un disparo.
 
 Para enfrentarme en los duelos

Con caballeros hidalgos;

y por qué  no el decirlo

  con otros que  eran  villanos.

Y es que en esta posada

Ni credenciales, ni nombre exigieron;

Sólo era menester  pagar con dinero,

Para disfrutar de una cama

Donde pasar la noche a cubierto.

Pocos  saben que en la habitación trece,

Albergaba pasadizos secretos,

Donde no se podía ir de pie

Y eran bastante estrechos,

que daban a otras habitaciones

Con sorpresas en su lecho.

Los que tenían algo que ocultar

O ellos mismos, por recelos,

Allí tranquilos, solían pernoctar.

Durante siglos sirvió de guarida

Y hay cientos de casos

Que bien podía haber aclarado la policía

De haber conocido de su existencia.
 

Ahora sólo queda en las habitaciones

Polvo,  olvido y oscuridad;

De gentes que amaron y soñaron

 Sin dar  su nombre  o posición

En aquella isla de libertad.

 

Si alguien mira hacia arriba

Podrá ver el nombre de la posada.

Y tal vez, con un poco de suerte,

Tenga la impresión de ver a alguien

A través de los cristales de algún balcón;

Si es así, piensen que han visto a un fantasma,

Porque un fantasma, sigo siendo yo.

 

 

 

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