Diario
de un fantasma
En
este caserón medio derruido
Por
las inclemencias del tiempo,
Me
paso las horas muertas
Ahogándome
en mí tedio.
Pero
antes, mucho antes;
Allá
sobre el mil seiscientos,
Esto
estaba rebosante
De
embrujos y de misterios.
Cuando
se levantó la posada
Yo
era Marqués de Vallecerrato;
Y
cambié la capa y espada
Por
levita y pistola de un disparo.
Para enfrentarme en los duelos
Con caballeros hidalgos;
y por qué no el decirlo
con otros que eran villanos.
Con caballeros hidalgos;
y por qué no el decirlo
con otros que eran villanos.
Y
es que en esta posada
Ni
credenciales, ni nombre exigieron;
Sólo
era menester pagar con dinero,
Para
disfrutar de una cama
Donde
pasar la noche a cubierto.
Pocos saben que en la habitación trece,
Albergaba
pasadizos secretos,
Donde
no se podía ir de pie
Y
eran bastante estrechos,
que
daban a otras habitaciones
Con
sorpresas en su lecho.
Los
que tenían algo que ocultar
O
ellos mismos, por recelos,
Allí
tranquilos, solían pernoctar.
Durante
siglos sirvió de guarida
Y
hay cientos de casos
Que
bien podía haber aclarado la policía
De
haber conocido de su existencia.
Ahora
sólo queda en las habitaciones
Polvo,
olvido y oscuridad;
De
gentes que amaron y soñaron
Sin dar su nombre
o posición
Si
alguien mira hacia arriba
Podrá
ver el nombre de la posada.
Y
tal vez, con un poco de suerte,
Tenga
la impresión de ver a alguien
A
través de los cristales de algún balcón;
Si
es así, piensen que han visto a un fantasma,
Porque
un fantasma, sigo siendo yo.
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