Manuel, el bizarro
Tras saludarla, se movió inquieta
Quizá buscó un rincón apartado;
En sus finos miembros de muñeca
Se reflejaba el ardor de sus labios.
Ella era Helena de Troya
Y yo, Manuel, el bizarro;
Quien tras la esquina se asoma
Y el que le sigue los pasos.
Los latidos se acrecientan
Y tembletean las manos;
Había miradas siniestras
Pululando en todo el barrio.
No debían vernos juntos;
Pero queríamos hablarnos;
Aunque fuese un minuto
Dentro de un confesionario.
Me apuntó todos sus dígitos
Y en la mente yo los guardo;
Igual que un sueño proscrito
Que da miedo el pronunciarlo.
Le dije que me atraía,
Igual que un cuerpo imantado,
¡Cuántas cosas más diría
Si un día acabase en mis brazos!
Tras decir esto, nos fuimos
Cada uno por su lado;
El problema es que no la he visto
Desde al menos hace un año.
Al día siguiente llamó,
Por casualidad, no estaba;
Y entonces ella creyó
Que deseaba olvidarla.
Pasaron cuatro largos días
Y de ella, no supe nada;
-¿Qué tal estás? ¡Qué alegría!
Dijo mientras la observaba.
-Hace tres años y un día
Que no nos vemos la cara;
Mientras ella repetía:
-¡Son cuatro días de nada!
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