Hoy busqué la suerte
y no la encontré.
“Rima
libre”
Hoy,
busqué la suerte. Y lo único que encontré,
Fue un silencio inerte por las calles
de barro;
Gente dirigiéndose al trabajo,
Puertas de coches que se abren y
cierran,
Ruidos de cañerías y cisternas
vaciándose;
Y de vez en cuando, algún gorjeo de
mirlos
De estampa negra entre las moreras.
Entonces pensé que, al igual que el
mirlo,
Lo único que podía hacer es cantar,
Acompasado por los instrumentos
De la orquesta de los jardines del
parque.
¿Pero qué buscaba en realidad?
Ni yo mismo lo sé.
Quizá, algo especial para hacer del día
Algo distinto a la monotonía
Que con su capa de celofán me
envuelve.
Las llamadas que esperaba enmudecieron
sus labios
Sellándolos con los hilos negros del
silencio.
Podía adelantarme a esas llamadas;
Pero estimé que no sería un buen
momento;
Tenía miedo a importunar;
Aunque dentro de mi pecho parecía querer
fraguarse
La tempestad justiciera que alienta la
venganza.
¡Sí! Al final, era lo único que me
quedaba:
Morderme los puños ante la
imposibilidad
De morder su traicionero cuello.
Recordaba sus palabras sin fondo:
“Yo hasta ahora nunca te he fallado”
¡Algún día tenía que ser!
Pero si es este día, te has hecho un
flaco favor;
¡Maldita bruja!
Pues ahora, permanezco a la defensiva,
Buscando el afilado puñal de la
palabra adecuada.
¡Lo siento! Hoy el día colorea de gris
mi alma,
Y mi mente, se oscurece
Con los negros nubarrones del recuerdo;
Pues yo sé más de lo que tú te
imaginas,
Aunque a veces, finja ser un ignorante
Que no ve más allá de un palmo de sus
narices.
-¿Pero esto a qué viene?- te preguntarás
Por muchas
razones te diría:
Frases oídas por aduladores sin
corazón,
Presuntuosos que lo único que
pretendían;
Era añadir un número más a su dilatada lista;
Unos cabezas huecas que en el fondo
tienen suerte
Porque nada, les ha costado dinero.
¡Sí! la tormenta ya está desatada
Y quizá, sus intempestivos rayos
Alcancen tus callosas manos
Endurecidas por los ácidos de la vida.
Quizá deba aprender a no ser tan
considerado,
La escuela de la vida me lo está
enseñando;
La verdad del cielo ha penetrado en mi
conciencia,
Diciéndome que no debo seguir con
este juego
Donde el corazón siempre pierde.
Cada segundo que pasa es un nuevo
ciclón
Que el borrascoso mar genera y desata;
Cada minuto, es un tsunami que llega a
mi playa
Arrasando por completo los minúsculos
goces.
Cada hora, es un abismo cruel
Donde se despeñan los ensueños.
El día, aún no ha terminado;
Pero todo este tiempo que ha pasado,
Está dejando la profunda impronta de la
ira;
Ese don que es el clavo ardiendo
Donde nos aferramos los perdedores;
Los vencedores los desconozco; Aunque
sí los intuyo:
Son los de siempre. Los que compran la
voluntad
Con una simple lata de cerveza,
Que, a la postre, no es otra cosa que,
Una abundante y amarillenta meada.
¡Chaoooo…! ¡Adióooos…!
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