Inicios
góticos
En aquella noche de tormenta,
Las gruesas gotas de lluvia,
Caían como negras flechas
Sobre el cementerio.
El guardia, observaba a las tumbas plateadas,
Las cuales, miraban para arriba,
Absorbiendo los látigos de fuego
Que engendraban los diabólicos
nubarrones;
Preñados quizá de espasmos macabros.
Entre los cobrizos relámpagos
Veía avanzar a los muertos
Con sus ajironadas mortajas;
Y ante la cruz más alta
Comenzaron a danzar alegres.
Los viejos, los jóvenes, los pobres,
los ricos,
Agitaban rápido sus piernas
esqueléticas.
Aquella lúgubre y siniestra tropa
Avanzaba profiriendo gritos extraños,
Abrumando a los redondos ojos de los
búhos.
La luna derramaba su luz blanquecina
Sobre el crecido césped;
Pero hay uno que tropieza en su
sudario
Rasgándolo, y, quedándolo,
Como una espantosa araña negra
Extrusionando al pérfido gusano.
En esos momentos el guardia
Con palidez sombría tembló,
Al igual que los ornamentos góticos,
Al percibir los ecos lejanos y roncos de campana
De la desvencijada torre de la iglesia,
Que, débilmente, se erguía entre la
oscuridad.
Los titilantes esqueletos se deshacían
Entre las herrumbrosas cruces de metal,
Hasta quedar encorvadas; como sombras
En el pantano del olvido.
En el pantano del olvido.
Hoy, quizás mueras gratuitamente;
Y cuando ya seas una siniestra sombra,
Atravesada en el pecho por un haz de
luz;
Entonces, te darás cuenta
Que tú, y tu mierda, no tienen ningún
valor.
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