El chamarilero andante
Todo este tiempo he vivido
con la familia a mi lado,
nunca estoy en sitio fijo,
compro objetos de anticuario.
Aprendí bien el oficio
que me enseñara el abuelo,
para ganarme el sustento
de estañador y chamarilero.
Compro monedas antiguas,
y artilugios de antaño,
que algunos coleccionistas
los pagan con buen agrado.
Doblones de plata y oro,
guineas, maravedíes, denarios,
herraduras de los godos
La daga de un sultán moro
compré una vez en Barbastro,
por cierto que aún atesoro
dicho objeto extraordinario.
Por comprar hasta compré
aunque no soy docto en letras,
un incunable franciscano
cuya obra aún es inédita.
Atravesando Monfragüe,
y el verde valle del Jerte
donde los cerezos en flor
son a la vista un deleite.
El fastuosísimo Tietar
Paraíso de aves cantoras,
águilas linces jinetas…,
siendo el orgullo de España
esta tierra cenicienta.
Tan pronto estoy por Córdoba
como a orillas del Cantábrico,
sólo me limita el mar
pues pavor tengo a los barcos.
Desde siempre odié tanta agua
y nunca crucé el gran charco.
La tierra que yo pise
ha de ser llana y dura,
lo procuro en lo posible,
pues da vértigo la altura.
Volar en esos dirigibles
¡madre mía que locura!
me daría un miedo terrible
y temo
a la sepultura.
La vida siempre la amo
¡A la muerte siempre temo!
Mas no a lo que ello conlleva
sino por lo que en lo alto dejo.
Pues Esperanza y mis hijos
tendrían un futuro incierto,
ahora gozan de mis mimos
¿Qué harán después sin ellos?
¡Ay, del día en que me muera!
El cielo se derrumbará
haciéndome mil pedazos
como
quien rompe un cristal.
El día que yo me muera
quizá podáis recordar,
lo que fui hasta esa meta
meta de todos letal.
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