Deseo
carnal
Tú, estás allí,
Yo, estoy aquí;
Los dos estamos donde debemos estar,
Como el sol ocupando su centro.
Cambiar la situación
Sería un despropósito,
Pues los dos estamos
En el lugar que nos corresponde.
Muchas cosas deberían cambiar
Para estar juntos,
Siendo un
mismo cuerpo;
Pero sería todo tan enrevesado
Que cabe la posibilidad de preguntarnos
De si merece la pena,
De si no sería una imprudencia
Cambiar nuestros estatus
Por un deseo
carnal que, posiblemente,
Sería pasajero.
El tiempo arrastra nuevas brisas
¿Y quién nos dice que el día menos pensado
Y después de acariciar esas nuevas brisas
Deseásemos sentir en nuestra piel otras más frescas?
Nadie es perfecto
¿O acaso beber un vaso de agua ahora,
Nos garantiza que ya no volvamos a tener sed en el
futuro?
Nuestro apetito no tiene límites
Y nuestra boca enseguida se seca;
A fin de cuentas, somos agua en la mayor parte,
Que cada día va evaporándose;
Aunque nuestra mente
Se vuelva más infantil y antojadiza.
Por muy grande que sea el humo
Que provoca la hoguera,
Siempre acaba
absorbido
Por las fuerzas del cielo;
El gris se vuelve azul,
La ceniza desaparece y convierte en polvo,
Pues al
final, somos eso, polvo,
Vagando por el espacio inmenso.
¡No somos nada!
Nuestro tiempo es sólo una gota de agua
En comparación con el inmenso océano.
Nunca podremos ser océano
Por más que nos empeñemos
En nadar en sus aguas.
Ante esta situación, sólo cabe la resignación
Y como mucho, la envidia.
¿Y qué es la envidia, si no la llave
Que abre las puertas del fracaso?
Por tanto, somos perdedores
Por más que consigamos ser los primeros
En llegar a la
meta
En una carrera llena de obstáculos.
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