A
los que todavía
no han escrito su carta
Hace tiempo escribí una carta:
No tenía en
mente a alguien en particular,
El sobre, iba sin remite y sin destino.
La escribí de noche. Era Septiembre,
Las sombras, como cuchillas de afeitar
Se extendían por el páramo,
Mi mano escritora, compulsiva,
Buscaba un alfabeto
Con figuras tridimensionales de brazos y piernas.
Quizá me lo tomé como un pasatiempo,
Como aquel que intenta contar a ojo
Los granos de
trigo que hay en un saco,
Buscando la efervescencia de los deseos
Con el luminoso presentimiento
De salir del laberinto oscuro,
Donde aúllan los felinos negros.
Preguntándose por el día que vendrá,
O para ver si el futuro nos trae algo mejor.
La primavera prescribió. Llegó el otoño,
Y los brazos y piernas que buscaba
Se habían convertido en flores marchitas,
Los pájaros. ya tomaron sus dosis de alegría.
Todo parece un eterno insomnio,
Un vapor acuoso que mantiene apagado el sol;
Las farolas de las calles encendidas
Parecen hileras de pinos metálicos.
Para llegar a algún sitio, es menester hacer planes,
De ese modo se evita dar vueltas en baldes;
Los deseos engañosos, provocan engaño,
Crueles pesadillas e insatisfacción.
Las sombras penetran en los ojos,
El mundo muere en la ciudad,
Los sueños son fugaces,
El viento se rompe al chocar con los edificios altos
Propiciando una metástasis perversa.
Las mujeres y hombres viajan solos,
Cada uno por su lado,
Y la poesía, corresponde a esta filosofía común.
Nadie quiere asumir riesgos en la batalla;
No se puede cambiar la historia
Y menos aún, cuando se escriben cartas
A ningún particular dirigido.
Todos somos floreros,
Huesos en descomposición bajo la ventisca.
Hoy ya sé cuantos granos de trigo había en el saco;
Había tantos como esperanzas tiene la vida.
Ahora, sólo toca repartir el pan,
El pensar, se lo dejo a aquellos
Que
todavía no han escrito su carta.
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