Hacer
y deshacer
La vida, es un continuo huracán
Que hace y deshace;
Nuestra arrogancia, convierte el arbusto
En árbol frondoso,
Y al gnomo, en gigante de músculos prietos;
El alma viaja más allá de la existencia,
Mientras las horas suicidas horadan el día,
Formando monstruos que hieren la sensibilidad del cisne
Con sus despechos continuos.
Hacer y deshacer, es algo que a los hombres nos
encanta,
Cada cual se vuelve más extraño
Llegando a un punto de no conocerse así mismo
Por más espejos que se mire.
La belleza del cielo se ríe de nuestros ensueños
Hasta hacer deshacer la primavera.
Las palabras, son nubes que se deslizan por el cielo
Castigadas a ser fuego y llanto.
Construimos nuestras propias deidades
Y luego, después de manosearlas tanto,
Las convertimos en ceniza o estiércol.
Todo se deshace, y vuelve pálido,
Templos en ruinas,
Alfombras deshilachadas por el bárbaro grito.
¡Qué afán por deshacer lo hecho!
¡Qué afán en convertir los humildes cristales
En esplendidos rosetones de catedral!
A fin de cuentas el mundo se hiela y deshiela
Mientras el alma abrasa las venas;
La rosa más fresca sólo está de visita,
Luego, todo torna en desconsuelo;
Las uñas de los hombres deshojan la rosa
Por el morbo de ver en qué queda;
Y al final, la rosa muestra su cansancio,
Su miel se humilla ante el agua;
La palabra como la rosa
Arde en su propio fuego;
El arroyo se deshace en el bravo río,
Saltando sus aguas las piedras
Como un campeón de pértiga.
Hacemos muchas cosas ostentosas;
Pero no nos ruborizamos en destruir un palacio
Por el mero hecho de que lo hizo otro.
El corazón se vuelve duro como el diamante
Y hasta el más esplendoroso vergel
Somos capaces de convertirlo en un árido desierto,
Si es otro el que allí vivía reinando.
Todos somos reyes de nuestra conciencia,
La cual, ata con lazos de seda el divino ego
Armado con la luciente hacha
Que hace rodar las cabezas de nuestros adversarios.
De no suceder esto,
¿Cómo estaría hoy el mundo?
Pienso que cada uno tendríamos un palacio y un harén;
¡Pero eso, sería
demasiada felicidad
En las manos de un simple mortal!
Por eso tenemos que fastidiarnos
Y abanicar nuestros ojos
Para no ser presas de nuestros fogosos deseos.