Al
llegar la vejez
El cuerpo envejece, es triste decirlo;
Pero así es nuestro sino:
Envejecer sin pedir permiso al argullo
Que se convierte en sombra de cartón.
El templo de oro de la juventud
De perlada sonrisa,
Da paso al mal de los males:
La nostalgia y el aburrimiento,
Como aburrida e hiriente es la espina del cardo.
Decir vejez, es decir soledad,
Encarcelando en nuestras mancilladas carnes
La indefensión del alma;
La cual, produce dolor de cabeza y bilis,
Anulando por ello las relaciones sociales,
Y llegando a anhelar la muerte
Para dignificar así la palabra vida.
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