Un
eco repite ¡Qué me amas!
Nunca podré olvidar
Aquella tarde mágica,
Al lado de aquel pinar
Que nadie lo perturbaba;
Mientras mi alma ascendía
Hasta la luna plateada.
Tú ibas de blanco vestida
Cual pétalos de rosas blancas,
Los suspiros perfumados
Por tus poros exhalabas.
Entonces gorjeó la alondra
Y replicó la calandria,
En aquella azulada atmósfera
Que todo el campo encantaba,
A la par que aquellos ojos
Que con ardor me miraban.
Yo era el dueño de tus sueños
Y de esa nube olvidada,
Por la inquietud de un hombre
Que era un muñeco de paja.
Un silencio solitario
Forjó celestial alianza;
Yo no olvidaré jamás
Aquella tarde lozana,
Pues quedarán las reliquias
Del brillo de tus pestañas.
Tenía el billete de ida,
El de vuelta me faltaba,
De aquel tren de la pasión
Que todo el cuerpo imantaba.
Un frío manto de deseo
Y una mente que te extraña,
En el extenso camino
De entrecortadas palabras.
Pues pese a la oscuridad,
Pienso que tú, aún me amas,
Y mi alma encuentra el alivio
Con tu promesa lejana.
Aquella tarde pasó;
Pero aún queda la nostalgia,
De un cuerpo voluptuoso
Que ante mí se revelaba.
Entre las profundas sombras
Reaparecen nuevas albas,
Fue grandiosa aquella tarde
Que de júbilo llenó el alma.
Como la sombra de un muerto
Que bajo la cruz descansa,
Abrasado por el fulgor
De una estrella solitaria.
Mi espíritu sigue allí,
Envuelto en sonrientes auras;
Están en el cielo las estrellas
Perfectamente alineadas.
Sí, mi vida ha sido un desastre,
Pues volar quise sin alas,
Y ahora, en este retiro espiritual
Un
eco repite ¡Qué me amas!
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