La
puerta que nadie osa abrir
Herido por la hiena de la noche fría
Mis pasos son borrados por el viento;
Ya tan apenas sí recuerdo mi nombre,
Aunque sé que tengo uno propio:
De un lobo hambriento y errante;
Pero habré de despertar de esta
horrible pesadilla
Que, a veces, se ríe delante de mis
pupilas.
Me vence la pasión que aún perdura
En el canto romántico de una flor
marchita
Ceñida por la oscuridad mercantil de sus
cabellos.
Quizá esto sea el fin de mi aventura
loca,
Derramada en los acebos y amarillentos
jarales,
Donde gorjea la calandria fratricida
Por los aguaceros de los mástiles vengadores.
El motín de las brumas golpea la
frente
Y en los surtidores voluptuosos del mundo;
Mientras el insigne sol se retira forzado
A deambular
por otros mares violetas,
Donde los reproches machacan el vapor
del amor.
A veces, por extraño que pueda parecernos,
Tienen que llorar las añosas y sufridas encinas
Para que de su rugoso tronco,
Las abejas puedan extraer su miel.
Mi pipa de opio aún sigue encendida,
Y cuando se apague, se apagará la luz
Como se apagan los obuses de artillería
Sobre las espumas de los islotes
consagrados al amor.
Desaparecerá la caricia con el sonoro lamento
De la triste canción de mi desgastada armónica;
Cuyas notas , son luciérnagas temblorosas inclinándose
Hacia un abismo de angustia que la
noche avinagra,
En cuyo final, se dibuja el incendio
Y se haya la puerta que nadie osa a abrir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario